Esta Galicia que nadie soñó

OPINIÓN

25 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre la abundante literatura que se generó en Galicia desde 1830, preñada de sueños liberales, federalistas, independentistas, regionalistas, socialistas, agraristas, desarrollistas, comunistas y republicanos, no hay una sola página que describa una Galicia ideal, o incluso utópica, que sea mejor y más próspera que la que ahora tenemos y disfrutamos. Es cierto, supongo, que Galicia no es el mejor país del mundo, ni siquiera el más rico de España. Pero también es innegable que ni siquiera en los tiempos de la transición, cuando la autonomía ya se tocaba con las manos y los sueños eran baratos, pudimos dibujar un país más autónomo ni mejor que este.

Y si nos hemos equivocado tanto, o hemos soñado tan poco, solo se debe a que, en vez de fabular un futuro enganchado a la solidaridad de los pueblos de España y de Europa, y de encuadrar nuestros esfuerzos y objetivos en un plan común, siempre creímos que teníamos un enemigo exterior -el que ordeñaba en Madrid la vaca que pacía aquí-, o que una conspiración de plutócratas quería vivir del cuento -en Madrid, París o Berlín- robándonos el desgarrado y titánico esfuerzo que habíamos heredado de los Irmandiños. Y si Galicia no es hoy una pura frustración solo se debe a que la totalidad de las utopías que hemos producido con denominación de origen fallaron estrepitosamente, y a que lo que hoy somos es el resultado de progresar al unísono con España y con Europa, recuperando en ello la mejor tradición del Camino de Santiago.

Siempre que fuimos con Europa progresamos. Y siempre que nos detuvimos en ensoñaciones soberanistas y redentoras, fracasamos. Y por eso avalo plenamente el mensaje que dio ayer el presidente de la Xunta en la de entrega de las medallas de oro de Galicia. Porque aunque no siempre razonamos sobre Galicia en idéntica tonalidad, los dos podemos coincidir en su idea de que «A Galicia de hoxe é resultado de querer avanzar con outros, nunca contra outros».

Claro que, tal y como rezaba la titulación española del filme de Billy Wilder, La tentación vive arriba. Y muchos gallegos tendrán hoy la sensación de que, mientras la Galicia real se pudre en medio del desastre, los redentores, disfrazados de patriotas y recurriendo otra vez al mito del ubérrimo país depredado por los extranjeros, nos ofrecen un paraíso soberanista, paternalista y estatalizado, que esta vez viene avalado -¡vaya por Dios y por Santiago!- por Bildu y las CUP. Es lo que Xavier Vence denominó, con su probada intuición, la «perspectiva internacionalista».

Pero no tengan cuidado, porque el modelo social gallego, gracias a la unidad y solidaridad de los países de Europa, ya no tiene vuelta atrás. Aunque siga habiendo muchos gallegos dispuestos a rescatarnos de nuestra felicidad para hundirnos, si nos dejamos, en el mar de las identidades soberanas.