Las acciones de algunos de los nuevos alcaldes son fascinantes. Sobre todo, de las alcaldesas de Barcelona y Madrid, que nos surten de noticias inesperadas, sugestivas y sorprendentes. Tanto a Ada Colau como a Manuela Carmena se les nota que son mujeres impulsivas, que sienten necesidad de hacer algo por sus vecinos, y lo terminarán haciendo. De momento se están haciendo notar. La señora Colau, por haberse tenido que envainar la rebaja salarial de los funcionarios. La señora Carmena, por sus simpáticas iniciativas. La última, la creación de una web titulada Versión original y que se destina a desmentir las informaciones sobre el Ayuntamiento falsas, incompletas o malintencionadas.
Ya se la conoce como el Ministerio de la Verdad de la novela de Orwell: el órgano que expedirá la verdad absoluta del Ayuntamiento y sus concejales; la forma de castigar a los periodistas enviándolos a la web, para escarnio público. Allí serán expuestos con su nombre, su medio y sus escritos, en una forma que no se puede definir exactamente como censura en sus intenciones, pero puede serlo en sus resultados.
Miren que es maja la alcaldesa de Madrid, la señora Carmena. Es un cielo de señora. Anda por ahí, por los altos despachos, con su vestido casi siempre floreado, su atuendo de abuelilla de pueblo, su bolso de madre y su miopía. No ofende a nadie, tampoco dice mucho de su proyecto de ciudad, pero cae bien. Creo que hay una indulgencia general de sus tropiezos, porque la buena mujer se encontró de golpe con una responsabilidad en la que no había ni pensado. Y de pronto, con la prensa hemos topado. La prensa, que descubre y publica cosas desagradables para el poder. La prensa, que oye al concejal de Economía anunciar nuevos impuestos sobre el turismo y los cajeros automáticos, y lo publica. Y la alcaldesa, en vez de llamar al orden a su concejal, crucifica al mensajero. La culpa siempre es del mensajero.
Empiezan a dar miedo estas iniciativas. Como el Ministerio de la Verdad de Carmena funcione, démonos por fastidiados: el poder político, en vez de ser transparente, se convertirá en perseguidor de reporteros. Lo justificará alegando que todo lo que no es desmentido pasa a ser verdadero, y algo hay de esa perversión. «No vamos a estar haciendo desmentidos todo el día», se dice desde las direcciones de comunicación. Y Carmena y su equipo han encontrado el formato. En el fondo, es lo que le gustaría al presidente y a los ministros cuando hablan de mala comunicación, ensalzan lo mucho que hacen y vituperan lo poco que se les reconoce. Es que somos muy malos. No solo merecemos ese Ministerio de la Verdad, sino que le pongan unos calabozos en el sótano. Franco ya lo habría hecho.