Blatter

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

03 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace poco más de un año Messi posaba a disgusto. Sostenía un trofeo que sabía que no era suyo. El Balón de Oro del Mundial de Brasil. No había ganado nada. Y había jugado poco. No poco en cuestión de minutos. Poco fútbol para lo que suelen ser sus botas. Pero había sido elegido el mejor del torneo y lucía la expresión del perrillo al que le colocan en la cabeza ese lacito que no quiere. Era un digno sucesor, por cierto, de Diego Forlán. Parece ser que el uruguayo fue la estrella del Mundial de Sudáfrica. Supuestamente. ¿Los españoles, alemanes y holandeses? Bien, gracias. Aunque mucho mejor el patrocinador del premio, colocando a dos de sus futbolistas en la presunta cúspide de la competición deportiva con más repercusión del mundo. Unos meses después del bochorno de Messi, Joseph Blatter se confesó sorprendido por aquella decisión «incorrecta». Como si agitara la mano para espantar a los incómodos moscones que volvían de vez en cuando con el mismo zumbido. Si en cuestiones tan evidentes la FIFA ni se sonrojaba, ¿qué no haría con respecto a otras decisiones más oscuras que se cuecen en el horno de los despachos? Se da por sentado que la FIFA y el COI son dos de los grandes pesebres de la humanidad. Dos negociódromos. Si dicen que se saca petróleo del palco del Bernabéu, de la FIFA y del COI se tiene que extraer oro líquido trufado de diamantes. Y así lo indican ciertos ingresos bancarios. Eso prácticamente se daba por descontado. Lo extraordinario es el adiós de Blatter. Porque pasaban los años y quedaban las sospechas y los directivos, líderes pseudodemocráticos que se eternizaban en el cargo. Por fin algo se mueve. Algo más que el balón y que las cuentas nada corrientes.