Del mercado común a la fosa común

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

16 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay alma y hay demasiada calma. Primero fue Lampedusa. Luego el domingo trágico de finales de abril. Da igual. Se repite todas las semanas. Hay cifras que hielan la sangre al ubicar el disparate en mil muertos a la semana. Pero insisto: da igual. No hay alma y hay demasiada calma. Así es la Unión Europea. Un dinosaurio que apenas se mueve. Un adorno con unas patas de burocracia que pesan toneladas. Las cadáveres del Estrecho, los muertos de Lampedusa pesan mucho menos. Solo aumentan algo de peso en la balanza de los medios cuando son muchos los cadáveres que se hinchan con el agua. Pero esos ahogados flotan brevemente en nuestras conciencias. Son unas imágenes que nos las sacudimos de encima con un parpadeo, como quien espanta un mal sueño con un café. La situación ha ido a peor. Libia. Siria. Y todavía crecerá más. Ese cementerio invisible del mar tendrá pisos y más pisos. Pero no son de los nuestros. No se estrellan en los Alpes. Se estrellan ya en sus países. En Eritrea, donde el futuro es una baldosa que no existe, que no se puede pisar. Y después de estrellarse hacen un camino imposible hacia el féretro del mar. ¿Cómo hemos evolucionado? Hemos pasado del mercado común europeo a la fosa común europea. España, Italia, Francia, Grecia... compartimos la gran bañera de muertos. Morir en el Mediterráneo. Y, ojo, los países del norte de Europa también tienen mucho que ver, aunque estos cadáveres no lleguen a sus playas. Ellos sí que son de hielo para que el problema les resbale como sus corazones de iceberg.