Plagas

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

06 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Viejos pecados. Nuevas plagas. Y, a veces, el mundo se marca por su cuenta una fábula. Como la del amaranto. Un cereal o una mala hierba, según en el país en el que crezca. Era una planta sagrada para los incas. Y es una pesadilla para Monsanto. Sus diminutos granos se han metido en el zapato del gigante. Porque el amaranto logró invadir campos de soja transgénica. La soja había sido modificada genéticamente para resistir los efectos de un pesticida que mataba todo lo demás. Pero resultó que no mataba al amaranto. Una pequeña venganza de los dioses. Estas ironías de la naturaleza se combaten con un nuevo cóctel químico. La Agencia de Protección del Medioambiente de Estados Unidos ha autorizado el uso de una combinación nueva, basada en el glifosato y el 2,4-D. Según medios estadounidenses, el departamento de Agricultura de su Gobierno cree que, con esta medida, se disparará el uso de este herbicida. Asoman a la imaginación las grandes llanuras de Minnesota y Arkansas fumigadas por curtidos paisanos que rumian: «Me encanta el olor del glifosato al amanecer». Es la guerra.

Por otra parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo público recientemente un informe en el que avisa de que el glisofato, todo un best seller a nivel mundial, «es una sustancia probablemente carcinógena para humanos». Monsanto cuestiona este estudio. La OMS, tras la exhibición realizada con la gripe aviar y su lenta reacción ante el ébola, no está en su mejor momento. Pero su rival en este duelo, la multinacional química, no es precisamente la más popular del instituto. La humanidad sigue produciendo sus propias plagas.