Estoy muy contento porque me ha salido un nuevo trabajo. Y además está estupendamente remunerado. Se trata de tomar café. Una importante empresa del sector de la energía me pide que cada quince días le cuente lo que pienso sobre esto y aquello, un poco al tuntún, mientras tomamos un cortado. No me dan copa de coñac, pero no me importa porque con lo que me pagan me la puedo sufragar yo mismo. Así, además, se me suelta la lengua. Y les voy a contar un secreto: yo haría lo mismo gratis. En realidad ya lo hago. Con mi mujer, el portero de mi casa, los del bar, pero estos de la empresa son los únicos que en vez de pedirme que me calle, me pagan por hablar. Y yo me siento como Kiko Hernández, uno muy malo y muy sibilino del programa de Jorge Javier Vázquez, y hablo, y hablo sin parar. Y no es que me sorprenda, no.
Más me sorprendió que me votaran para el congreso de los diputados, para representarlos a ustedes. Para legislar, ¡toma ya! Eso sí que fue la repera patatera, como dice el tipo de Hacienda. Y de aquí a la eternidad, como Burt Lancaster, que empezó de trapecista en un circo y acabó ganando un Oscar. Aunque, le verdad sea dicha, a veces me parece que lo que digo no vale lo que me pagan. Me dicen que lo de cobrar cinco mil euros por tomar un café no es ético si eres un diputado.
Y yo digo que no será ético, pero es legal. Lo ilegal sería salir sin pagar el café al camarero. En eso soy intachable. Y además al camarero le pido factura. Y si dejo propina ya es cosa mía.