La legalización del chantaje

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

23 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Una persona que amenaza con suicidarse por culpa de otros merece un respeto. Puede que sea injusto, que esté equivocado, incluso que sufra un golpe sicótico como el niño homicida de Barcelona. Pero merece un respeto. No llega a esa acción desesperada por simular un drama, ni por salir en el telediario. Llega porque llegó a la conclusión de que no tiene otra salida. Es, con toda seguridad, lo que le ocurrió ese empresario rumano que se atrincheró en la una nave industrial de Figueruelas, envió una foto a un amigo con una soga a su cuello y amenazó con suicidarse si lo desahuciaban ayer. Supongo que todos ustedes conocen el caso, porque es el último suceso truculento que contaron las televisiones.

Lo bueno de la historia es que, cuando cumplía 17 horas de encierro y amenaza de suicidio, la comisión judicial encargada de ejecutar el desahucio decidió suspenderlo. Minutos después, el hombre salía de la nave por su pie, no hubo desgracia y la Guardia Civil lo llevó al hospital más próximo. Ioan Danut, que así se llama, acababa de conseguir una gran victoria personal sobre casi todo: sobre quien le quería desahuciar, sobre la Justicia y sobre la práctica política (¿económica?) que arroja a la gente de sus casas o de sus empresas con rigor jurídico, pero con absoluta frialdad humana. Mejor dicho, inhumana.

No me importan mucho las causas de la suspensión: cuando escribo esta crónica, ignoro si el dueño de la nave se apiadó o si se llegó a un nuevo acuerdo contractual. Lo que me importa es el mensaje que queda para el conjunto de la sociedad: la única forma de que se atienda a las personas en este país es el chantaje y la amenaza. Si ese empresario hubiese aceptado su designio y el veredicto de desahucio resignadamente, a esta horas le habrían echado de la nave y habría perdido los 180.000 euros que invirtió en su reforma.

Así están haciendo España, señores gobernantes y responsables de instituciones: estamos al borde de que el chantaje -hay que llamarlo así por comprensible que resulte- sea la única forma de reclamar justicia. Ya ocurrió con los sindicatos: cuando percibieron que era inútil hacer huelgas o manifestaciones pacíficas, iniciaron la protesta ruidosa, con barricadas y alteraciones del orden y consiguieron ser noticia. Ahora empieza a ocurrir con personas individuales. Recordemos que la mínima reforma legal de los desahucios salvajes se hizo a partir del primer suicidio. Se abrió esa vía. Ahora, en Figueruelas, Ioan Danut intentó lo mismo y le salió bien. Sé que decir esto es contribuir al efecto llamada a acciones similares. Pero no culpéis al mensajero. Culpad a quienes solo se fijan en los derechos de las personas si los reclaman a golpes de presión.