Todo el episodio indagatorio de Rato cabe en una foto: la foto de esa mano funcionarial, de agente de la Agencia Tributaria, que se posa en su cabeza, entre el cuello y el oído, la manga de la camisa remangada, y Rodrigo mira al suelo. Hemos visto muchas veces muchas manos como esa ante la puerta trasera de un coche policial. Es una mano que delata, una mano que ordena, una mano que impone y que conmina, una mano que anuncia con voz ronca ante las cámaras: «Queda usted detenido». Cuando se pone sobre tu nuca, cuando la sientes sobre tu cabeza para ayudar, para obligarte a entrar en ese coche, es un letrero invisible que te manda, como el Dante, olvidar toda esperanza.
A Rodrigo Rato se la han puesto encima cuando lo llevaban preso con la delicadeza de no ponerle grilletes, que los grandes hombres no necesitan grilletes. He visto la foto publicada, el rostro impasible del agente -mi costumbre, decía Unamuno de su mujer-, como si no hiciera otra cosa en su trabajo de Aduanas. Esa foto ya no es una foto, es un cartel electoral que vale para el Partido Popular («barremos España de corrupción»), que vale para el PSOE («la derecha es la corrupción»), que vale para Podemos («solo nos falta ver a Rajoy entrando en un coche policial»), mientras los cuarteles generales de los partidos en contienda hacen cuentas de cuántos votos valen, cuántos votos cuestan esos cinco dedos, el cuello del detenido.
A Rodrigo Rato le han puesto la mano encima, se la han puesto por donde corta la guillotina, y fue como poner una señal de dominio sobre el Fondo Monetario Internacional, sobre el mandato de Aznar, sobre el poder económico que él alentó y gobernó, quién sabe si sobre un ciclo histórico que se cierra entre jueces, fiscales y guardias que cortan calles como las cortaban los obreros manifestantes de otro tiempo, que abren documentos secretos en los ordenadores como los hackers y que saludan a los periodistas como los soldados portugueses del 25 de abril.
La mano, don Rodrigo, la mano. La mano que estremece la nuca. La mano que se da y ahora domina. ¿Cómo será el recuerdo de su tacto? ¿Lo sentirá en sus pesadillas y lo despertará con un sobresalto? ¿Saldrá ese agente de las portadas de los periódicos y se presentará en sueños en su habitación de madrugada? Se quejó Esperanza Aguirre de tanta retransmisión de telediario. Sacó pecho Soraya con esa música de fondo, la banda sonora y preventiva que acompaña la representación de la ópera trágica de Rato, con una letra que recuerda lo bien que funciona el Estado y cómo se puso la venda de la Justicia y no distingue amigos de enemigos. Todo para mayor gloria de gobernantes que sacrifican a su padre en el altar de la ejemplaridad.