Sin ilusión, no hay nada. Todo es trabajo e ilusión. Ya lo decía él. Algo así como si existe la inspiración que me pille trabajando. Y eso es lo que se ha hecho desde A Coruña: trabajar y trabajar con la inocencia y la ilusión única que se tiene a la edad de Picasso cuando era niño y vivía aquí. Poco a poco, se ha recuperado la memoria de un genio. Y eso que los genios son infinitos. Galicia tiene muchos milagros que exportar. Hay que huir de fatalismos y de marginaciones geográficas, que suelen ser solo disculpas. Ahora Picasso ya tiene otro lugar en el mundo, con París, con Barcelona, con Málaga: la ciudad del Atlántico que lo vio convertirse de niño en más niño todavía (los artistas jamás crecen). Una exposición, un sorteo y, algo todavía mucho más importante, un libro documentado y exigente, un Picasso en azul y blanco, que, en cientos de páginas, muestra y demuestra que el crío hizo sus primeros pinceles aquí. Vivió aquí el hachazo, por el que nunca dejó de sangrar, de la muerte de su hermana. Y toda esa música del azar que es cualquier vida la han rescatado del pasado Rubén Ventureira y Elena Pardo, comportándose como extraordinarios mediums. Lo que era un pecio oculto es hoy un tesoro a la vista. Brillo. Otro esplendor para sumar a esa ciudad que se comporta con talento cuando abraza lo mejor que tiene: sus ciudadanos. También a ese Picasso niño que nunca dejó de ser uno de los nuestros. Picasso, arte y parte de A Coruña y de Galicia.