Es solo el primer boceto de un dibujo que aún sufrirá bastantes retoques antes de su versión definitiva, que no se conocerá hasta final de año. Pero es evidente que el paisaje ya nunca volverá a ser igual. En una comunidad que ha mantenido una distribución del voto bastante estable, especialmente en los últimos veinte años, en los que las dos fuerzas mayoritarias han sumado siempre al menos el 80 % de los sufragios, la irrupción de nuevas fuerzas ha abierto una primera brecha en el sistema de partidos que es probable que se agrande en el futuro. Aunque, de momento, Susana Díaz ha resistido bastante bien y puede darse por satisfecha. Tanto por la victoria, que es más personal que del partido, como por el acierto en el adelanto de los comicios, que le ha permitido maximizar sus resultados y minimizar los de los demás. A veces, las elecciones se ganan o se pierden por la fecha elegida, y si no que se lo pregunten a Touriño. Pero lo que sirve para Andalucía no el necesariamente válido para el resto de España. El PSOE se enfrenta ahora al dilema de apostar por el modelo clásico de Susana Díaz o el intento de renovación de Pedro Sánchez. Si no consigue integrarlos, las luchas internas pueden acabar desangrándolo.
Rajoy, por el contrario, vivió la primera etapa del largo vía crucis que le espera este año. El batacazo en Andalucía no tiene paliativos, y paga tanto los recortes como el error en la elección del candidato. Un fracaso en toda regla cuya peor consecuencia es que del rechazo que genera se alimentan las fuerzas emergentes. El bipartidismo está herido de muerte, y los causantes son los dos partidos mayoritarios. Podemos y Ciudadanos han irrumpido con fuerza, y es probable que a corto plazo la espiral del éxito los aúpe aún más. Pero no es lo mismo predicar que dar trigo. Ahora toca enfrentarse a la realidad y eso siempre deja jirones. El camino es largo, y aunque el paisaje haya cambiado, el final aún no se conoce.