«Lento vivace»

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

22 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un padre se encuentra con otro y señalando a los niños le dice: «Muy monos los gemelos». A lo que el otro contesta: «No, es uno solo, pero es muy nervioso».

Uno de los rasgos más característicos de nuestro tiempo es la velocidad. Nos movemos tan rápido que conseguimos estar en todo sin estar en nada.

Amaneciendo la semana paré a tomar un café en un bar de carretera camino del trabajo. Una mujer talluda, dos mozos enfundados, tres chavales esperando el bus del instituto y la dueña del local. Todos menos la mujer madura engullimos la infusión en menos de cinco minutos. Ella no, ella lo abrazó a sorbitos vergonzosos, con la mirada perdida y ausente que solo provoca el placer solitario; saboreando, pasmando... vacía de pensamientos. Hay cosas que para gozarlas de verdad exigen un ritmo lento.

Leí que el músico Javier Corcobado está terminando un mastodóntico proyecto colaborativo, llamado Canción de amor de un día, en el que participan decenas de bandas y solistas creando fragmentos de una pieza musical de 24 horas de duración, que solo se puede escuchar a través de un reproductor de alta fidelidad.

Frente al ritmo del mercado, que nos empuja al consumo rápido, al aquí-te-pillo-aquí-te-descargo, y a la compresión de la música en formatos cada vez más pequeños para que quepan en nuestro penúltimo ingenio, la idea de Corcobado invita a reflexionar, a reivindicar el placer de encerrarnos con una obra que exija tiempo, atención y dedicación para poder disfrutar de la eufonía de la música frente a la cacofonía imperante que la ha relegado a un Muzak, a un ruido de fondo omnipresente. Música por todas partes y pocos que la escuchen con atención.

El placer de comprar un cedé, llegar a casa, sacarlo de la funda y escucharlo de principio a fin mientras ojeas el libreto, o de un buen libro que se posee no solo por su contenido, sino también por el continente y el olor; o la sensación incomparable de ver una película en la oscuridad de una sala de cine...

Este absurdo prestissimo en el que vivimos también está acabando con el encanto de los bebedores de coñac y los fumadores de puros, dos cálidos placeres que exigen lentitud y que han sido ninguneados por el trago rápido y frío del chupito que tanto gusta actualmente.

Comida rápida, lavados rápidos, amores rápidos, divorcios exprés, dietas aceleradas... Poder hacer cualquier cosa no supone tener que hacer cosas constantemente.

Sírvase un buen café, escuche sin auriculares la música que le pida el cuerpo en ese momento o métase en un buen libro que huela a libro y luego hablamos.

Slow Life. Lento vivace. Tranquilidad, por favor.