Tan lejos de Dios, tan cerca del islam

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

20 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Como es habitual, el atentado de Túnez ha sido recibido como si hubiera ocurrido en España. Lo mismo sucedió cuando la matanza de Charlie Hebdo y otras acciones criminales del llamado terrorismo islamista. Tenemos la sensibilidad a flor de piel y el miedo en el alma. Conocemos las proclamas de reivindicación de Al Ándalus de esos fanáticos. Hemos sufrido el zarpazo cruel del 11-M cuando apenas sabíamos que existía Al Qaida y la utopía del Estado Islámico no era siquiera un proyecto. Túnez nos queda demasiado cerca, es una de las fronteras del sur, hay muchos españoles que han visitado ese país y hubo españoles entre las víctimas. Y desgraciadamente, después de medio siglo de sanguinario terrorismo interior, sabemos lo fácil que es matar por cualquier medio, desde el coche bomba accionado a distancia al tiro directo en la nuca.

Gracias a Dios, no hemos perdido la capacidad de sorprendernos y de condenar esa violencia. Si ustedes observan las reacciones que provoca en los medios informativos y en la clase política, quizá perciban lo mismo que este cronista: a un lado, quienes consideran inevitable que se produzca un gran atentado o una serie de atentados en cadena en nuestro país. Al otro, quienes entienden que estamos ante una guerra y en las guerras es preciso aplastar al enemigo. Los términos utilizados son apocalípticos: destrucción de Occidente, exterminio de la civilización. Las escenas de destrozo de reliquias históricas de Asiria sugieren que esos diagnósticos no son equivocados: la barbarie ofrece signos de pretender aniquilar todo signo de cultura.

¿Qué hacer ante estas amenazas? ¿La respuesta está en el Pentágono, en una nueva alianza de naciones que bombardee todos los territorios donde viven, se forman y practican los terroristas? Si la información de las guaridas de ese ejército de asesinos en nombre de Alá fuese fiable, nada que objetar: la forma de combatir a quien pretende destruirnos es destruirlo antes. Como esa información es por ahora insuficiente, un bombardeo corre el riesgo de convertirse en un auténtico genocidio con víctimas inocentes. Toca esperar en alerta, completar la información de los servicios secretos de Occidente y actuar cuando haya mayor seguridad de éxito. Un fracaso en esa ofensiva supondría un aumento de las adhesiones al terrorismo.

Un país como España, tan próximo geográficamente al epicentro de ese terremoto y tan apetecido por el islamismo más radical, tiene que centrarse antes de nada en garantizar la seguridad de sus ciudadanos y de su territorio. ¿Con qué instrumentos? Con eficacia policial, aunque suponga el sacrificio temporal de algunas libertades individuales. No hay ni se espera otra forma de prevención.