En su columna de esta misma sección ha venido a decir Barreiro Rivas el pasado jueves que usted y yo somos bastante chorizos, como españoles que somos, y que eso de la corrupción no es más que la conocida máxima derrotista de que tenemos lo que nos merecemos. Barreiro tiene razón, pero como reza la leyenda seguramente apócrifa, no la tiene toda, y la que tiene no le sirve para nada. Miren ustedes, yo, al contrario que mi compañero de Forcarei, que ya toreó en esos prados, no tengo vocación política. Yo no quiero ser administrador, sino administrado. Y les aseguro que soy un buen administrado. Yo del Estado reclamo que me arrope en lo personal, y que me apoye en lo profesional. Que me ponga un banco en la calle para sentarme cuando me canso y que reconozca que yo ejerzo un oficio digno, honrado y socialmente útil. Quiero, ingenuo de mí, que el concejal de cultura de mi pueblo se interese por mi trabajo, que también es el suyo. O el conselleiro del ramo. Y eso no pasa. Ya sabemos que por el monte, junto a las sardinas, campan los zorros. Aquí de lo que se trata es de que no cuiden gallinas. Decir que el gobierno es reflejo del pueblo y por lo tanto no se le puede pedir que deje de robar en los supermercados hasta que el pueblo lo haga me parece injusto. Porque por esa regla no podríamos exigirles que no atraquen bancos hasta que nuestras cárceles estén vacías. Pero además yo no robo, y con Barreiro, que tampoco, ya somos dos. Y seguro que con usted que me lee, tres. Y tres son multitud.