Ha vuelto a suceder, esta vez en la civilizada Dinamarca. Obviamente, la elección del momento no ha sido casual. Y es que, atentar contra un evento en el que se iba a desarrollar un debate sobre la libertad de expresión con la participación del caricaturista Lars Vilks, quien generó la primera gran polémica con sus viñetas sobre Mahoma en 2007, y el embajador de Francia en Dinamarca, resultaba demasiado tentador como para no llevarlo a cabo.
El desenlace fatal con muertos y heridos, aún siendo lamentable, seguramente no ha resultado tan satisfactorio como se pretendía por los terroristas. El lugar y el acto, considerados de alto riesgo, estaban protegidos pero, aún así, el solo hecho de haberse llevado a cabo ya supone un éxito por varios motivos.
En primer lugar, los terroristas islamistas mantienen el nivel de tensión entre los occidentales, extendiendo su radio de acción a un segundo país que ya ha sufrido múltiples amenazas y ha visto cómo uno de sus creadores, Theo Van Gogh, fue asesinado por uno de los suyos. En segundo lugar, manifiestan que no tienen intención de ceder en sus actividades y que los acuerdos de cooperación que se han escenificado desde los atentados contra la sede de Charlie Hebdo y el supermercado judío en París del mes pasado ni les amedrentan ni les desalientan.
En tercer lugar, anuncian que la guerra contra el terrorismo islamista va a ser más larga de lo que a todos nos gustaría. La amenaza contra la libertad es tan sigilosa como persistente.