«Black is black»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

06 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Como saben millones de españoles, Black is black, el espléndido tema de Los Bravos, fue el primer éxito internacional de nuestro pop en una época, 1966, en la que el país empezaba a vislumbrar que eran posibles otros sonidos, gestos y colores en el costroso paisaje del franquismo. Pero Los Bravos no fueron solo unos adelantados musicales, sino también unos visionarios que, con ese título, lograron describir a la perfección acontecimientos de la actual España democrática que nos devuelven al pasado.

¿Black is black? ¡Pues claro que lo es! Black se llamaban las tarjetas que Caja Madrid -quebrada y saneada con miles de millones de euros procedentes del erario público- entregó a sus consejeros y directivos entre 1999 y el 2012 para que unos y otros, pertenecientes a los principales partidos y organizaciones empresariales y sindicales españolas (PP, PSOE, IU, CEOE, CC.OO. y UGT), las utilizaran como les diera la real gana, gastando dinero que no era suyo sino de los depositantes y, encima, sin control fiscal de ningún tipo. Y black (negra como la noche) es la España a la que nos devuelven unas prácticas que ponen de relieve lo peor del ser humano y los comportamientos más nocivos que tantas veces se asocian al ejercicio del poder.

Basta repasar la lista de gastos escandalosos (por lo desmesurado o por lo cutre) de los poseedores de las tarjetas para constatar una evidencia dolorosa: que, más allá de ideologías -lo que no deja de resultar muy decepcionante-, consejeros y directivos no tuvieron dudas éticas o morales en aprovecharse de la fantástica oportunidad que se les había puesto en suerte para quemar pasta sin tasa. Y todo, ¡oh fortuna!, por el mero hecho de ser nombrados para un puesto desde el que tenían, sin embargo, la obligación de defender los intereses económicos y sociales de docenas de miles de clientes.

Ese escandaloso comportamiento de más de setenta personas, a las que se les suponía la responsabilidad y honestidad de un gestor público, fue posible, durante nada más y nada menos que doce largos años, porque se produjo en medio de la opacidad, impunidad, falta de control y, consecuentemente, omnipotencia, que ha ido de la mano del ejercicio del poder hasta que la democracia, como forma de gobierno, introdujo los mecanismos necesarios para poner coto a todo ello.

Por eso la indecencia de las tarjetas black, que, de algún modo, deja quedar mal a España entera, y abochorna tanto al país que no tiene trabajo como al que se levanta a trabajar todas las mañanas y se acuesta cansado por las noches, es una muestra de que tenemos la urgente obligación de mejorar los mecanismos de control sobre el poder antes de que este despiporre nos haga caer en el abismo al borde del cual hoy desgraciadamente nos hallamos. Ese, y no otro, es nuestro más complejo desafío.