La clave

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

25 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Andaba buscando en el YouTube una entrevista de Sánchez Dragó a Salvador Pániker y me tropecé con un montón de fragmentos del programa La Clave. Un festín intelectual. La experiencia me llevó a la inevitable comparación de aquel legendario programa con los actuales espacios de tertulia que salpican las cadenas de televisión.

Para los lectores más jóvenes solo recordarles que La Clave fue un programa de debate presentado por Jose Luis Balbín que se emitía en el UHF -que viejuno resulta-; comenzaba con la proyección de una película al hilo del asunto a tratar y proseguía con un debate en el que se sentaban las mentes más preclaras -nacionales y extranjeras- del tema.

Ni una palabra más alta que otra, ninguna bala de ironía entre los contertulios, ningún tertuliano que tocara de oído el tema a debate. Apagabas la tele mucho más sabio, al contrario que ahora, que sueles irte mucho más excitado, cuando no más cabreado. La clave comenzó a emitirse en 1976 y se la cargó el gobierno de Felipe Gonzalez de la mano de Jose Maria Calviño en 1985. Intentó resurgir años más tarde en Antena 3, pero solo duró dos años, del 1990 al 1992. Ya estábamos en otra época.

Es razonable pensar que un programa de esa calidad e interés solo fue posible en una España empapada de eso que llaman el Espíritu de la Transición. Una España ansiosa de libertad y conocimiento.

En la posmodernidad, el peso del saber y el pensamiento como valor fundamental en la formación de la persona se ha devaluado en beneficio de un saber instrumental, y de la búsqueda de emociones cómo ideal predominante.

Es razonable pensar que es en este barullo de la España de hoy, que la proliferación de la figura del tertuliano de oficio que sabe de todo y de todo opina a voces e improperios estaba cantada.

En lugar de expertos que expongan una opinión autorizada sobre el tema a debate, nos hemos deslizado hacia una legión de opinadores profesionales que saben de todo -aunque sea de solapilla- y lo exponen a gritos, gemidos, insultos y amenazas que parecen emocionar más a la audiencia. La forma ha eclipsado al contenido en aras de un mayor share.

Hoy, un programa como La Clave no podría competir con la plétora de bla-bla-bla que encandila a la gente.

La pipa de Jose Luis Balbín no sería políticamente correcta, no tendría nada que hacer contra esta proliferación de moderadores amanerados y metrosexuales que moderan de pie, pinchando a los tertulianos-gladiadores para que se despedacen entre sí o al político de turno, según de qué pie cojee la cadena !Qué baldón! Pocas cadenas se salvan.

Nostalgia de La Clave.