Empieza el «sirtaki»

OPINIÓN

24 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La frase «empieza el baile», con la que el pueblo anuncia el tercer tiempo de la tragedia -el desenlace-, solía materializarse en maravillosos y elegantes valses ejecutados en los salones de Viena -Sisi emperatriz-, en la afrancesada corte de los zares -Guerra y paz-, o en el cutre fuerte fronterizo en el que los jóvenes oficiales de caballería lucían botas y estrellas antes de dirigirse a Little Big Horn. Después del baile venía la pelea, porque el vals era como una sofisticada danza de la guerra -estilo sioux- en la que el militarismo europeo rendía homenaje a aquellos hombres uniformados y a aquellas bellezas educadas para descanso de guerreros, que después inmolaba sin piedad en el altar de la patria. ¡Una chuminada, vaya!

Pero el imperialismo ya no vende. Europa se hizo más vasta y compleja, y los bailes de guerra se han diversificado tanto que, en vísperas de cada tragedia, se puede adivinar el signo final de la batalla. El baile que empieza mañana anuncia el estallido final de la crisis, aunque, visto que los grandes ejércitos del nacionalismo suicida siguen dormidos, todo quede reducido a un humilde sirtaki bailado por Tsipras y Samaras. Conviene recordar, no obstante, que el sirtaki no es una danza tradicional griega, sino un invento del compositor Theodorakis para darle salida a la tragedia generada por las relaciones entre Basil (Alan Bates) y la joven e intensa viuda del cacique (Irene Papas), que Zorba (Anthony Quinn) interpretaba sobre la arena de la playa. Así que esta vez no hay dramatismo, ni huele ácida la sangre de los danzantes. Pero en la patria de Pericles, con toda solemnidad, está empezando un baile.

¿Y quiénes son los danzantes? Pues los que creen, como Tsipras e Iglesias, que, si Grecia se hunde en el desorden, Alemania lo va a pasar muy mal; y los que piensan, en cambio, que, si Grecia se pone al borde del abismo para obligar a Alemania a que la salve, será Grecia la que se esnafre contra su propia miseria. Es un pulso a todas luces estúpido, pero que al pueblo le resulta muy atractivo. Y por eso tiene toda la pinta de resolverse en este «juego del gallina» en que se ha convertido la democracia griega.

De todo eso hablaremos a partir de mañana, cuando muchos intenten que también en España le echemos un pulso desesperado a Alemania. Por eso limitaré este artículo a recordar una lección que impartía el profesor Ollero a los estudiantes de Ciencias Políticas de 1972, cuando Errejón no había nacido. «Cuando un buque rompe amarras -decía Ollero- y se estrella en el acantilado de enfrente, lo normal es que el muelle quede intacto». Así aprendimos a hacer la transición con realismo, y a no echar pulsos vanos en nombre de una falsa dignidad. Porque un solo zarpazo del oso puede acabar, en solo un suspiro, con todas las astucias y todas las audacias.