Papeles cambiados

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

04 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Me llama la atención que nuestros grandes analistas políticos televisivos sean, con demasiada frecuencia, humoristas como El Gran Wyoming o actores de teatro como Alberto San Juan, por poner solo dos ejemplos.

Admiro al actor por su capacidad dramática y al humorista por su agudeza y espontaneidad, pero me asombran cuando lanzan unas interminables peroratas -que parecen conferencias de fondo- sobre la crisis que aún padecemos y sobre cuyas soluciones aparentan disponer de todas las primicias.

Por si esto no bastase, además nos atiborran de consejos para afrontar la situación actual como ciudadanos modélicos. «Tenemos que aprender a gobernarnos a nosotros mismos», dice el actor, ahora dedicado a impulsar el teatro social de barrio.

El humorista, en cambio, prefiere ir de visionario y explicarnos, a toro pasado, todas las verdaderas razones de lo que nos ha ocurrido y lo que tenemos que hacer para salir airosos del atranco.

Como si lo supieran todo desde antes de que empezasen los males.

Tengo la impresión de que muchos ciudadanos se han cansado de escuchar a los que saben -aunque se equivoquen ocasionalmente- y prefieren prestar atención a los que tienen gracia, sin que de verdad importe lo que digan. El resultado es un popurrí de intelectuales frivolizando y de humoristas tratando de hablar en serio. Algo que no ocurría en el pasado.

No le arrancaríamos una de esas tediosas conferencias en serio a Groucho Marx. ni a Buster Keaton, ni a Gila, ni siquiera a los muy mordaces Tip y Coll.

¿Qué ha sucedido para que se produzca este cambio de papeles? Solo nos falta que Santiago Segura olvide su Torrente y se ponga a explicarnos lo que está pasando y cómo se soluciona.

Porque, al parecer, de esto entiende todo el mundo, menos los que se obstinan en hablar solo de lo que saben.

El resultado son unos políticos apocados y desconcertados, que sonríen las gracias del cáustico de turno y aplauden con las orejas.

Parecería muy conveniente que volviésemos a una situación en la que cada uno jugase su papel conforme a los conocimientos que tiene acreditados.

Sería un modo de recuperar el respeto entre todos, para, al cabo, formarnos un criterio y poder votar bien informados.