El precio del crudo explicado para gente de letras

OPINIÓN

20 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Si usted es de letras, y está estupefacto ante el dilema de los expertos -que pronostican una catástrofe si sube el crudo, y una debacle si baja-, no se acompleje, no piense que Eratóstenes era un genio y Aristóteles un pardillo, y aférrese a la lógica. Porque cuando los diagnósticos son más inestables que el clima solo se puede deber a tres cosas: a que los dichosos expertos confundan los sucesos con los procesos; a que no se hayan percatado de que el funcionamiento de un sistema no se puede explicar sin su propia lógica; o a que no sepan casi nada -porque estatus y ciencia no coinciden- de lo que están hablando. Así que manténgase tranquilo y haga silogismos, porque, aunque parezca mentira, son más exactos los números. La idea de que para paliar nuestra propia crisis tenemos que pagar a precio de oro las machadas de Rusia y Venezuela, las guerras de Siria, Irak y Libia, o las cuentas de la lechera de la independencia de Escocia, roza la categoría de chuminada. Y no porque un país no pueda afrontar grandes costes para estabilizar el contexto económico en el que se mueve, sino porque esa estrategia abriría una dinámica irracional e imparable que a corto plazo se haría insostenible.

El precio del petróleo se hunde de forma truculenta porque antes se había inflado artificialmente, y porque esa subida provocó una reacción en los países dependientes -explotación de nuevos yacimientos, promoción de energías alternativas, extracción mediante fracking, y programas de ahorro- que hizo estallar la burbuja petrolífera. Y la crisis de los países productores no se produce porque el petróleo baje de precio, sino porque, en vez de ajustar y modernizar sus economías para hacerlas competitivas y eficientes, se instalaron en el dinero fácil y en aventuras internacionales propias de pollos sin cabeza -reconstrucción de la URSS, creación del bloque bolivariano, o feudalización militar y política de los grandes productores- que, tras hundirse como castillos de naipes, ponen a la vista graves crisis sociales y desajustes financieros.

Ni Rusia, ni Venezuela, ni los avisperos políticos del Golfo y de África, eran economías sostenibles. Y tal y como estamos nosotros, no debemos aceptar facturas con precios inflados que solo sirven para mantener monedas desgobernadas, Estados en bancarrota, y una tremenda proliferación de grupos nacionalistas o terroristas que quieren vivir de la guerra y del petróleo. Algún día tendremos que reflexionar sobre la irracionalidad de un mundo que, queriendo regularse desde la competencia y la libre iniciativa, mantiene fuera del mercado los principales recursos del sistema -dinero, energía y trabajo-. Porque de esa beatífica visión del modelo nacen las burbujas que después nos estallan en las narices, y cuya constante rectificación tiene costes inabordables.