Corrupción de Estado y deslealtad

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

07 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace 38 días, el ilustre político Jean-Claude Juncker fue elegido presidente de la Comisión Europea. Salvo los socialistas españoles, nadie puso pegas al nombramiento, que venía avalado y más que avalado por una dama de tanto poderío como la señora Merkel. Pedro Sánchez, que se estrenaba en la secretaría general del PSOE, fue intensamente criticado por oponerse a Juncker. Hubo quien lo acusó de bisoñez, de político inmaduro y de rompedor de pactos. Pues miren ustedes por dónde, Dios también escribe con renglones torcidos los guiones políticos, y lo que mejor hizo Sánchez ha sido oponerse a Juncker, que, con los debidos respetos, ha resultado un golfo en beneficio de su pequeña nación, que es Luxemburgo.

Se le puede llamar golfo por lo que al parecer estaba investigando Joaquín Almunia y acaba de descubrir el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación: en los años en que Juncker fue ministro de Finanzas, suscribió centenares de pactos con 340 multinacionales para que cotizaran en su país. Entre ellas figuran algunas de las que más venden en España y en el conjunto de Europa, pero pagan sus impuestos en Luxemburgo. El juego es tan sucio, que el Ducado les rebaja el impuesto de sociedades hasta el 2 por 100, cuando las compañías nacionales pagan algo más del 28. Si al Gobierno luxemburgués le compensa esa fantástica rebaja, es porque dichas empresas manejan gigantescas cantidades o porque más vale recaudar un 2 por 100 que nada, porque cotizarían en los países donde desarrollan su actividad comercial. Por ejemplo, España.

¿Cómo se llama a esos acuerdos de Juncker? ¿Corrupción de Estado? Puede serlo, porque los acuerdos son secretos. ¿Lo dejamos en competencia desleal? Abiertamente lo es. Pero es preferible hablar claramente de deslealtad; de la inmensa deslealtad de un Estado europeo con sus socios; de la horrenda deslealtad de quien busca el beneficio propio en detrimento de los demás miembros de la Unión; de la impúdica deslealtad hacia las propias empresas de su país, maltratadas por una impresentable política de atracción de capitales externos.

Y esto se estuvo haciendo desde el 2008. Y la Unión no lo ha sabido ver. Si ha estado ciega, aunque se trataba de 340 grandes empresas mundiales, es porque fallan los mecanismos de simple información, no digo siquiera de inspección. Si Bruselas tiene mil ojos para el pequeño campesino que se excede en la cuota láctea y no ve esta aberración, es que su aparato burocrático solo sirve para pagar las cuantiosas nóminas que paga. Y si la Unión permite que Juncker la siga presidiendo, es una Unión de Cobardes. Y no lo son los ciudadanos. Los cobardes son los jefes de Estado y de Gobierno que se sientan con él.