El día de los muertos

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

01 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando llega noviembre mantengo dos costumbres que ya he convertido en personal tradición: el consumo moderado de los dulces de mazapán llamados huesos de santo, y mi particular homenaje a la república de los muertos, consistente en el anual artículo que publico en estas páginas.

Ambas rutinas son propias de un mundo que se acaba, en extinción, básicamente el recuerdo de papel para ese extramundi de los que ya no están, para nuestros queridos difuntos, propios y ajenos, conocidos o anónimos, los fallecidos en el año y los que se fueron justo en la frontera de la memoria que desdibuja sus nombres y empaña con esa niebla del recuerdo la imagen de cuando habitaban este otro lado de la vida.

La muerte hoy está muy devaluada, se banalizó hasta convertirla en una esquela, en un obituario comentado con el primer café de la mañana. Nuestros muertos son altamente incómodos, el dolor acortó todos sus plazos, escondemos a nuestros muertos, honramos escasamente su categoría de fieles difuntos, y los convertimos en olvido en lo que dura un suspiro.

Hemos perdido el respeto por la muerte, las dos monedas de cobre puestas sobre los párpados tras el óbito no franquean, no pagan el pasaje de la barca de Caronte para navegar la laguna Estigia, y hoy sería impensable que un emperador español retirado a Yuste se acostara en un ataúd para escuchar en vida sus responsos post mortem.

La muerte habita en historias de cómic manga, en subliteratura de género, en crónicas de zombis y en fiestas de calabazas y vampiros.

La muerte ya no tiene quien le escriba, ocultamos los viejos ritos funerarios, el memento mori es una frase carente de sentido, solo la piedad por la desaparición de un ser querido cabe en una jaculatoria, en una oración que ni siquiera es útil para liberar a un ánima bendita de un cuestionado y aparentemente inexistente purgatorio,

Pero yo, si Dios me da salud y tiempo y no me hurta el catálogo feliz de la memoria, seguiré año tras año recordando a mis muertos queridos, a mis difuntos conocidos y a los que no tienen quien rece un padrenuestro en su memoria, cada año, cuando noviembre traiga el frío del otoño, el frío helador de la muerte.

El día de los muertos, el día dos del penúltimo mes del año, Galicia se llena de una bruma antigua que cubre de azul intenso el aire, y yo convoco a los habitantes del mundo de abajo, los que viven en la tierra con la tierra, los que se transmutan en humus nutricio, y los traigo a estas páginas, a su cita anual con ustedes, para que por siempre recordemos que todos los muertos son nuestro muertos, y hoy es su día.