Menciñeiros

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

25 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Reivindicar la tradición como una de nuestras señas de identidad puede confundirse con una apuesta por la superstición y la ignorancia. Cosa distinta es circunscribir al ámbito literario las prácticas que en otros tiempos, que ya van estando lejanos, daban cuenta y razón dentro del bellísimo género del realismo mágico, aderezado con unas gotas de literatura fantástica para contar desde la melancolía historias otoñales de sanadores, componedores o albéitares que como «o coxo de Entrebo» o «cabo de lonxe» poblaron de guiños literarios las mejores páginas de Álvaro Cunqueiro.

Y han vuelto, han salido del armario y sin pudor señalan que tienen rayos X en los ojos, como si de un relato de Valle se tratara, que pueden curar el ébola poniendo las manos sobre el paciente, lo mismo que hacen los brujos de determinadas tribus africanas, o los chamanes, que venden humo a los pobres y desesperados incautos.

Incluso ha saltado a la actualidad un híbrido de meiga, sanadora y adivina, Adelina Fernández, que asegura haber sido la referencia mágica del antaño honorable presidente de Cataluña, Jordi Pujol, que aseguraba ser doctora en el género ovíparo y adivinaba el futuro según el color de las yemas de los huevos. Mal asunto para don Jordi si los huevos, líbreme Dios de chistes fáciles, salían negros. Era como jugarse el futuro en un tablero de ajedrez o en el pavimento de una logia masónica.

En común, tienen esta suerte de embaucadores, que suelen ser analfabetos funcionales, que juegan con la desesperación y el miedo de sus pacientes, y que ejercen una antigua fórmula de engaño consentido cercana a la delincuencia.

La habilidad interpretativa de los huesos, el viejo arte de componer lo descompuesto, es un conjunto de técnicas milenarias que no siempre suelen dar gato por liebre. No son sanadores, menciñeiros ni curanderos, aprendieron el oficio del entramado que soporta el cuerpo, a base de observar los comportamientos que educaron los dedos de la mano. Son los antecesores de los modernos fisioterapeutas. No siempre curan, pero a veces alivian.

Yo siempre he creído que los componedores eran emigrantes retornados de Cuba, que tenían una poblada y benéfica barba blanca, como el señor Fidel de Bravos, al que he conocido en mi infancia, y que eran republicanos, lectores de periódicos antiguos, y visitadores frecuentes de las páginas de libros secretos. Cosas mías.

Han vuelto desde el corazón de la crisis, consultan on line, desprecian la medicina oficial, porque desprecian todo lo que ignoran, e ignoran mucho. Galicia nunca levantará la cabeza si sigue confiando es estos sujetos, que dicen tener un don y un poder.

Yo solo creo en la jaculatoria popular cuando en agosto me ponen el santo y lo santiguan sobre mi frente invocando «o poder que Dios ten, a Virxe María, e o Espírito Santo, amén». Y poco más.