¿Se divorciará Cataluña de España?

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

22 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Si imaginamos la España actual como un cierto tipo de matrimonio de naciones, el conflicto planteado por Cataluña hoy -y el País Vasco mañana- versaría sobre las posibilidades de que ese matrimonio perdure, o bien se vea abocado a una separación más o menos amistosa.

Si seguimos con la metáfora matrimonial, hasta el día de hoy se vendría tratando de un matrimonio de gananciales, en el que los logros conseguidos con la unión de todas las partes pasarían a ser compartidos por el conjunto de la familia sin discriminar quién los aportó. Con el paso del tiempo, y aceleradamente con la crisis, se habría abierto camino el interés en modificar esa sociedad de gananciales por una de separación de bienes. La propuesta federal sería apenas un paso intermedio, mientras que el pacto fiscal o cupo (de facto un encaje confederal) plasmaría la plena separación de bienes. El matrimonio, pese a todo, habría sobrevivido.

La pregunta crucial a día de hoy es si con alguna forma de separación de bienes se puede mantener este matrimonio. Como quiera que muchos colegas economistas (catalanes y del resto de España) enfocan este asunto desde la perspectiva que les es propia, creo conveniente traer a cuento en este punto el análisis económico del matrimonio y del divorcio postulado por Gary Becker, Nobel de la Universidad de Chicago, ya en 1976.

Para él, la economía no era simple explicación de la producción y uso de la riqueza, sino una ciencia del comportamiento humano. Y razonaba que los costes o beneficios del divorcio, o de seguir casado, explicaban la duración de las parejas.

Algo, o mucho, de este supuesto hay en la impresionante repercusión que han tenido las balanzas fiscales en el asunto que nos ocupa. Unos ven en ellas los costes de seguir en una España de gananciales y otros las pérdidas de una España de separación de bienes. Y se encargan estudios de lo que saldría perdiendo o ganando cada parte.

Pero podría suceder que todo este economicismo esté a punto de quedar superado. Porque en la integración de dos o más naciones en un Estado, como en un buen matrimonio, el compromiso, las obligaciones o el amor podrían ser cosas que no pueden reducirse a términos monetarios.

Cuando se habla de limitarse a auxiliar a los pobres y excluidos que viven en Cataluña (nuestros pobres) pero no en el resto de España, o a asumir las fechorías de los Pujol propios (pero ya no de los Bárcenas, Fabra, Baltar, etcétera), entonces me temo que estamos llegando a un punto en el que ya con dinero no se puede comprar el sentirse español. Por eso mismo, cada día que pase negando a los ciudadanos catalanes el que puedan votar sobre su encaje en España, más de ellos habrá para los que la única salida sea el divorcio.