Camisas blancas

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

13 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En los atrios de las iglesias de las aldeas, a la salida de la misa del día del patrón, en el san Pantaleón de Galdo o en la fiesta del san Ramón de Cabanas, me sorprendía al ver a los hombres de respeto, a las personas de mayor edad de la parroquia, vestidos de domingo con sus trajes oscuros y las camisas blancas, impolutas, abotonadas, abrochadas hasta el cuello, obviamente sin corbata, dando una imagen de dignidad que nunca he olvidado.

La foto fija de la memoria archivó aquellas imágenes que yo visiono en tres dimensiones en mañanas soleadas de julio o agosto, con la hierba recién segada y oliendo a roscas de anís mientras sonaba la música de la sesión vermú.

Y voy de aquel retrato a esta foto que estoy viendo en el diario y en la que aparecen los primeros ministros italiano y francés, Matteo Renzi y Manuel Valls, junto a los líderes socialdemócratas alemán y belga, Achim Post y Dierik Samson, que arropan al secretario general del Partido Socialista español, Pedro Sánchez.

Tienen en común la defensa de los viejos ideales, de la bandera de la socialdemocracia europea, que reivindica y defiende el Estado de bienestar como tesis innegociable, y una indumentaria que unifica su vestimenta, la camisa blanca remangada. Cinco camisas blancas como símbolo de limpieza democrática, carta con remite de la esperanza europea.

Son otra imagen de las personas cabales que yo recordaba de otros lejanos tiempos en que el albo color, además de simbolizar la limpieza, me transportaba a un país imaginario donde siempre era verano.

El blanco es el color de la libertad y la vida, de la paz, frente al negro de la guerra y de la muerte; el negro es el color del fascismo, por algo las camisas negras eran el uniforme de las columnas mussolinianas que, junto a los nazis, implantaron el terror en Europa.

Confío en que el color blanco de los líderes retratados en Bolonia durante la fiesta de los socialistas italianos sea un presagio certero que colabore en acercar a los ciudadanos al final de la crisis con un discurso renovado, que aleje las grandes taras de la corrupción, de la manipulación, de la suciedad endémica de la vieja política, de un tiempo nuevo a punto de ser inaugurado.

Tendrá que ser un esfuerzo colectivo que castigue las promesas incumplidas, ajeno a los viejos usos de la política viciada. Urge refundar el programa común de una Europa de la prosperidad compartida que ponga fin a esa brecha norte/sur que divide las sociedades europeas.

En el tendal del prado de la utopía están tendidas, puestas a secar, las blancas camisas recién lavadas, que anuncian un tiempo nuevo, un día de fiesta en el atrio de una izquierda que habrá que repensar.