A comienzos del año 2002, saltó a los medios la noticia de que el presidente José María Aznar corría más que el plusmarquista mundial de los 10.000 y 5.000 metros, el etíope Haile Gebrselassie, capaz de alcanzar los 110 kilómetros. Así lo contó el propio Aznar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid durante la presentación de un libro: «El otro día, en Canadá, estaba con el presidente Bush cuando este puso los pies encima de la mesa y me preguntó "¿Sigues haciendo deporte?". Yo le dije que sí y él comentó "Hago cuatro kilómetros en 6 minutos y 24 segundos". Yo puse los pies encima de la mesa y le respondí: "Yo hago diez kilómetros en 5 minutos y 20 segundos"». ¡Cáspita!, a su lado un guepardo parece un carro de vacas.
Años después, la visita de Ángela Merkel a Compostela nos ha permitido conocer que el presidente Rajoy es capaz de hacer seis kilómetros y medio del Camino de Santiago en una hora, a la vez que habla con traductores y observa el paisaje. Es verdad que es más lento que Aznar, al que tal hazaña le llevaría tres minutos, pero no me negarán que, si a paso normal un adulto recorre cuatro kilómetros en una hora, nuestro presidente es una auténtica bala.
Si lo piensan, hemos tenido noticias de Zapatero montañero, en Posada de Valdeón, pero no me consta que nos hayan dado las cifras del tiempo invertido en su subida a Collado Hermoso, algo digno de agradecer; lamentablemente, tampoco tenemos información sobre las proezas deportivas de Felipe González en Doñana, ni sobre su velocidad de desplazamiento. Algo raro está pasando.
Que Aznar sea más rápido que Rajoy tiene fácil explicación ya que, cada vez que caminamos, entre el cuerpo y el piso se establece una fuerza de rozamiento opuesta a la que uno hace para caminar, y la intensidad de esta depende del peso del objeto que se desplaza, en este caso el peso corporal. Lo realmente sorprendente, y la pregunta resulta obvia, es, ¿por qué los presidentes de la derecha son tan rápidos caminando?
Les confieso que no tengo una explicación a este extraño fenómeno, a pesar de haberlo consultado con prestigiosos físicos y atletas de élite, pero mi impresión es que en la política actual hay cierta tendencia a confundir la velocidad con el tocino. Una cosa es querer transmitirnos la idea de las buenas relaciones existentes entre Ángela y Mariano, o George y José María y otra, bien distinta, la estúpida manía de tratar de vendernos sus proezas más propias de un programa deportivo, o de un documental de la 2, que del Telediario.
Aunque les parezca una tontería, la cuestión no es baladí. Si todas las informaciones sobre los logros de nuestros gobiernos tienen la misma fiabilidad que los registros de velocidad de sus presidentes, la cosa no pinta bien. Una cosa es decir que la recuperación económica ha alcanzado la velocidad de crucero y otra, bien distinta, es acabar glosando al velocista Cañete o a la intrépida montañera Báñez.
Por más que nos cuenten, el Camino de Santiago no es diferente a otros: no llega antes el que va más rápido, sino el que sabe a dónde va.