Rajoy y los doce del patíbulo

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

12 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando Mariano Rajoy formó su equipo de Gobierno en el arranque del año 2012, se dijo que aquella amalgama de curtidos veteranos de la política era solo un grupo de liquidadores destinado a dejar paso, a medio plazo, a un verdadero gabinete político encargado de aplicar el programa electoral del PP. La misión que tenía por delante aquel Gobierno que asumía un país al borde del rescate, inundado de parados y en la absoluta anemia industrial y financiera, era tan atroz, que aquel primer consejo de ministros solo podía compararse con esos soldados enviados en misión suicida a la central nuclear de Chernóbil para apagar un reactor enloquecido que escupía muerte y destrucción. Una tarea absolutamente imprescindible pero obligatoriamente suicida, asumida así por esos liquidadores enviados a una muerte segura, sabiendo además que no podrían disfrutar nunca de recompensa u honor por prestar ese servicio a su país.

Las primeras medidas que tomó el Gobierno confirmaban esa imagen de liquidadores políticamente suicidas. Es decir, de unos ministros convertidos en carne de cañón. En pocos meses, el Ejecutivo instauró el despido casi libre, redujo la inversión pública en más de un 40 %, subió los impuestos en contra de su programa electoral, retiró ayudas al empleo, redujo a cenizas la ayuda a la dependencia y hasta encareció los medicamentos. Parecía imposible que ningún miembro de ese Gobierno saliera vivo de semejante carnicería social y económica. Y se daba por hecho que aquellos kamikazes que repartían tormento y sacrificio a los ciudadanos no pasarían del ecuador de la legislatura y serían relevados, una vez que Rajoy exprimiera hasta su última gota de sangre política, por un equipo de gente inmaculada y no salpicada por la sangre de esa especie de matanza de Texas, con el objetivo de abordar en buenas condiciones las siguientes elecciones generales.

Pero, casi tres años después, nos encontramos con que, de forma inaudita, esos liquidadores de Chernóbil no solo siguen vivos todos ellos, sino que están a punto de convertirse en el Ejecutivo más duradero de la democracia. Resulta que, en lugar de haberse quemado a lo bonzo, De Guindos es incluso candidato a presidir el Eurogrupo. Que el verborrágico García-Margallo sigue el frente de Exteriores e incluso apunta a Economía. Que el taimado Gallardón, que juega con la ley del aborto como un trilero escondiendo la bolita, sigue al frente de Justicia. Que hasta ese Montoro ridiculizado en un principio como un conde Draco que chupa la sangre a los españoles, mantiene una cierta popularidad. Y que incompetentes manifiestos como Soria, Mato, Wert o Báñez podrían incluso acabar la legislatura.

Lo que en realidad demuestra semejante proeza inimaginable hace dos años no es el mérito del presidente y de sus ministros, sino la absoluta torpeza de una oposición inexistente que, si la cosa no cambia mucho, va a permitir a Rajoy volver a ganar las elecciones con Soraya y los doce del patíbulo.