Devorados

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

10 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El psicoanálisis revela de forma muy esclarecedora las diferentes fases por las que transitamos en nuestro desarrollo psíquico. La primera es la fase oral -que ocupa aproximadamente los tres primeros años de vida-; en esta fase el placer se obtiene por la boca al ingerir el alimento y también por el mero hecho de succionar estimulando la mucosa oral, sea con un pezón, un chupete, una tela o el dedo pulgar. Es ese placer por comer y chupetear que nos acompaña toda la vida.

Hay personas que se quedan fijadas en esta primera fase oral y que encuentran un goce especial en todo lo que tiene que ver con la boca. Los fumadores, los que comen excesivamente, los que se muerden las uñas o los que beben de más...

Comer es un placer, pero además de placentero, también sirve para desplazar cosas que son de otro orden. En lugar de angustiarme porque las cosas me van mal: como, bebo o fumo... No solo porque me da placer, sino porque de esa manera me olvido de lo que me agobia y me tranquilizo. Es ese algo que hace que, cuanto más «devorados» estamos, sea cuando más devoramos, más fumamos y más bebemos.

El programa MasterChef lo siguieron alrededor de 200 millones de espectadores en los 145 países en los que se ha emitido; si a eso le sumamos la audiencia millonaria de otros muchos del mismo estilo y los tradicionales que enseñan recetas al mediodía, hablamos de un éxito sin precedentes y de un interés insólito por la cocina en estos últimos años. Hoy los cocineros compiten con los artistas y figuran entre las personas más influyentes del país. En cierta medida han sido terapeutas indirectos de la crisis que hemos vivido.

Uno no puede dejar de preguntarse: ¿de dónde viene tanto malestar como para que se desate esta exaltación de la oralidad colectiva? La respuesta es tan obvia que no merece la pena abundarla.

El comer y su herramienta, la cocina, nos distrae y nos regresa a esos instantes en los que la cálida leche de la teta de mamá es el mayor placer y el bienestar más absoluto.

La misma lógica que sostiene la proliferación de fiestas y exaltaciones de todo lo devorable que salpican nuestra geografía: del pollo, percebes, cabritos, filloas, mariscos, queixo, cocidos, etc.

Como suele decir un buen amigo y mejor comedor, «mentras estou na papancia, non estou na droja».

Y qué razón tiene.