Pujol y las anchoas de L'Escala

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

29 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Una vez pasé un día entero con Jordi Pujol. Era el año 1999. El presidente catalán estaba todavía en la cima de su poder, aunque su estrella empezaba a declinar. Afrontaba la campaña electoral y me invitó a convivir con él durante una jornada y a conocer de cerca, decía, la realidad de Cataluña. Como si en lugar de en Madrid, yo viviera en Burundi. Recuerdo que me impresionó vivamente su empeño en hacerlo todo, incluso los más insignificantes gestos cotidianos, en clave catalana y nacionalista. Dos meses antes había tenido la insólita ocurrencia de disolver el Parlamento catalán desde la cumbre del Aneto, que los nacionalistas consideran el monte más alto de Cataluña, pese a estar en Aragón. A sus 69 años, hizo cumbre y anunció desde allí que habría elecciones, como un Moisés al que Dios hubiera entregado las tablas de la ley.

Aquel día que estuve con él, Pujol tomó una anchoa que le ofrecieron en un puesto callejero en L?Escala, localidad de Girona famosa por la calidad con la que elabora este producto, y se la introdujo en la boca con los ojos cerrados y un gesto como de recibir la comunión. De inmediato, el grupo que lo acompañaba comenzó a entonar Els Segadors y fue seguido por casi todos los presentes. Aquello asustaba. Su obstinación en identificar a Cataluña con su persona prendía de tal forma en el imaginario popular, que incluso muchos de sus rivales políticos lo veían así. De ahí el impacto que ha tenido en gran parte de la sociedad catalana el comprobar que el hombre al que consideraban poco menos que un Simón Bolívar con barretina, no es otra cosa que un defraudador y un presunto cleptócrata.

Tienen disculpa los catalanes que llevan décadas sometidos a una manipulación atroz desde los medios de comunicación, públicos y privados, entregados al dicterio nacionalista. Les decían a todas horas que España les robaba, pero el que les robaba era Pujol. Resultan hipócritas, sin embargo, los gestos de sorpresa de los políticos que ahora se rasgan las vestiduras. Durante muchos años existió sospecha fundada de que Pujol era un corrupto, pero casi todos prefirieron mirar para otro lado -cuando no ayudarle a librarse de graves acusaciones- porque a casi todos les convino, en algún momento, aliarse con él. El caso Banca Catalana, el caso Casinos de Cataluña, su amistad con personajes como Lluís Prenafeta, Maciá Alavedra, Javier de la Rosa o el ex juez Pasqual Estevill, la sospecha del cobro sistemático de comisiones - «ustedes tienen un problema y ese problema se llama 3%», dijo Maragall, sin que pasara nada- dejaban claro quién era Pujol. Pero entre todos le permitieron envolverse en la senyera para salir siempre indemne. Desde Suárez hasta Aznar, pasando por Felipe González.

Con su confesión, el nacionalismo de CiU se queda ahora huérfano y a merced de ERC, porque Artur Mas, que mañana visita a Rajoy, no da la talla. Aunque grita más fuerte que Pujol contra Madrid, no sabe comer anxoves de L?Escala como un nacionalista.