PISA nos examina a todos

Antonio Izquierdo Escribano

OPINIÓN

23 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

S e está instalando en la opinión pública la idea de que nuestros jóvenes de 15 años de edad no están preparados para la vida moderna. Y que la culpa de esa incapacidad la tiene la escuela. No es cierto ni lo uno ni lo otro y supone una losa para el futuro laboral y salarial de los jóvenes. Como sociólogo, tampoco pasaré por alto que esa imagen se está «construyendo» sobre la base de las puntuaciones de España en los sucesivos informes PISA.

Empecemos por la confusión entre lo que estudia el Program for International Student Assessment (PISA) y lo que legítimamente se puede desprender de sus resultados. Porque los impulsores de PISA advierten de modo expreso que su objetivo no es medir lo que se aprende en la escuela, sino ciertas aptitudes generales que son útiles para desenvolverse en la vida. Y las cualidades para enfrentarse a la vida las procuran todas las instituciones que educan y no solo aquellas que suministran una enseñanza reglada. Así que no utilicemos PISA para desacreditar al sistema de enseñanza y desvalorizar la formación que reciben los jóvenes.

El meollo del asunto es que PISA evalúa a todas las instituciones que educan tanto en competencias generales como en los conocimientos específicos. Al respecto se señala de modo literal que «las competencias lingüísticas, científicas y matemáticas se consideran un conjunto de conocimientos, de destrezas y de estrategias que se expanden y que los individuos construyen a lo largo de la vida en varios contextos, a través de la interacción con sus iguales y con la comunidad» (OECD, 2010). En otras palabras, las competencias mostradas a los 15 años no se han adquirido por entero en el sistema escolar ni son las que finalmente se alcanzarán. Porque la educación general ha sido suministrada desde el nacimiento con la intervención de los otros tres pilares educativos: la familia, el grupo de amigos y los medios de comunicación.

Para mayor confusión, hay una brecha entre la valoración personal de la enseñanza y la colectiva. O, si se quiere, una distancia entre la experiencia individual y la imagen social de la educación. Pues resulta que los padres están razonablemente contentos con lo que aprenden sus hijos en la escuela. Son más los que, según el CIS, valoran la enseñanza como buena (37 %) que como mala (22 %), aunque sobresalen los que la consideran regular (41 %). Pero esa valoración sobre la situación de la enseñanza choca con la imagen cuasicatastrófica que, apoyándose en estos informes, se está construyendo. Además, en el último informe PISA sobre «competencias financieras» no salimos tan mal parados, pues estamos 18 puntos por encima de Italia y solo 2 puntos por debajo de Francia. Sin duda, la satisfacción de los padres se funda en la práctica, mientras que la percepción de estar asistiendo a un desastre general es fruto de la ideología política.

Por último, resulta sorprendente que los resultados de PISA para España apenas varíen en los últimos 12 años, siendo así que el nivel de escolarización infantil ha crecido 20 puntos porcentuales y el peso escolar de los extranjeros de clase social más baja y de países con un nivel de enseñanza inferior ha saltado hasta el 10 %. Esta gran estabilidad de resultados frente a la significativa modificación de componentes lleva al escepticismo respecto del olfato de PISA, porque la desigualdad en la enseñanza está asociada con la distribución por género, origen social y ciudadanía.

¿Cuáles son algunas consecuencias de esta dinámica? Por un lado, se devalúa la futura mano de obra cualificada y, por el otro, se recarga al sistema escolar con la doble responsabilidad de enseñar saberes y transmitir los valores. Es decir, se convierte a los jóvenes estudiantes de hoy en futuros subempleados de la sociedad de la información. Pero además, el vaciado educativo de los otros tres pilares -familia, amigos y medios- incentiva las tensiones entre currículo escolar y currículo doctrinal, con la consiguiente rebaja de la atención que se dedica a los conocimientos. En fin, que PISA nos examina a todos y ha de mejorar tanto su sentido pedagógico como su sensibilidad social.

Antonio Izquierdo Escribano es Catedrático de Sociología de la Universidade da Coruña.