La elección de Jean-Claude Juncker como nuevo presidente de la Comisión Europea no es una elección más. Por primera vez, se establece un vínculo directo entre el resultado de unas elecciones europeas, en las que Juncker fue postulado por el Partido Popular Europeo para el puesto, y la presidencia del Ejecutivo comunitario, lo cual constituye un avance de profundo calado democrático, que aporta credibilidad a las instituciones. Además, y viendo otros posibles aspirantes que pululan por las filas populares es, con mucho, la mejor opción para los intereses europeos, pues goza de experiencia, capacidad y vocación europeísta acreditadas.
En los últimos días, Juncker se ha reunido con los distintos grupos del Parlamento, desgranando las líneas maestras de su presidencia y tratando de recabar apoyos para alcanzar la mayoría cualificada que exigen los tratados para ser elegido. Como político de larga experiencia europea, le ha contado a cada grupo lo que quería oír, hasta el punto de que ante el grupo de la Alianza de Socialistas y Demócratas no tuvo empacho en admitir que hace falta cambiar el rumbo en materia de política social. Claro que una cosa es predicar, y otra dar trigo.
Es cierto que en la sesión de investidura hizo un esfuerzo por fijar la batalla por el crecimiento y el empleo en el centro de sus prioridades. De hecho, entre sus grandes programas de legislatura figuran dos compromisos de calado arrancados por el grupo socialdemócrata europeo en las negociaciones previas: el impulso de un plan de empleo, crecimiento e inversión a nivel europeo para movilizar 300.000 millones de euros adicionales destinados prioritariamente a infraestructuras y a educación e I+D+i; y la ampliación de la garantía juvenil para dar oportunidades formativas y laborales a los jóvenes, que sufren tasas de desempleo en toda Europa y, singularmente, en nuestro país, por encima del
50 %, si bien me habría gustado más concreción y mayores garantías sobre la ampliación del presupuesto ?ahora de 6.000 millones, nosotros exigimos más del triple? y de la edad de cobertura ?ahora hasta 25 años, nosotros reclamamos hasta los 30?.
Sin embargo, su comparecencia arrojó más sombras que luces en aspectos esenciales. Por un lado, le faltó firmeza al enunciar la necesidad de acabar con los paraísos fiscales y perseguir el fraude por cuyas cañerías fluye fuera de control más de un billón de euros anuales. Por otro, su compromiso de sustituir en el futuro la troika fue demasiado vago, lo cual, junto a su contundencia al señalar la capacidad de las instituciones comunitarias para crear estabilidad fiscal y una moneda común fuerte, apunta a que las prioridades de los populares europeos no han cambiado. Y en cuanto a un asunto de capital importancia para Galicia como la disminución de las crecientes disparidades regionales, el silencio de Juncker fue sepulcral.
Las expuestas son razones más que suficientes para decir no a Juncker. Pero junto a ellas se encuentra otra de mayor valor incluso: cumplir la palabra dada. Es cierto que las dinámicas del Parlamento Europeo en particular, y de las instituciones europeas en general, son distintas a las nacionales, pues nadie disfruta de mayoría absoluta, y que el propio proceso de construcción europea siempre ha sido un juego de consensos y de grandes acuerdos.
Pero a estas elecciones los socialistas nos presentamos bajo una idea que no admite lugar a dudas: Europa necesita un nuevo rumbo. Los socialistas europeos planteamos una campaña de confrontación ideológica, porque si algo ha demostrado la crisis y su gestión es que hay intereses contrapuestos entre ciudadanos y mercados y, hasta ahora, la mayoría conservadora hegemónica en Europa, con su política de austeridad suicida y de precarización social, se ha posicionado del lado de los segundos en detrimento de los primeros.
Aún creyendo en la inteligencia de Juncker, me resulta difícil asumir que su familia política le vaya a dejar manos libres para explorar el cambio de rumbo que Europa necesita, y ejemplo de ello tenemos en la política nacional con un Gobierno empecinado en contrarreformas que empobrecen a la ciudadanía. Solo el tiempo dirá.
Si queremos recuperar la credibilidad social, si queremos sentar las bases del futuro cambio de rumbo en España y en Europa, el primer paso debe ser hacer lo prometido y cumplir la palabra dada. Por coherencia, mi voto ha sido no.