No somos felices

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

05 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El sondeo de Indexlife nos sitúa en el ránking de la felicidad como los españoles menos felices, solamente por detrás de los catalanes.

No ser conscientemente feliz no significa, que nosotros los gallegos, de forma colectiva y mayoritaria, seamos infelices.

La felicidad es, según Aristóteles, en su libro Ética a Nicómaco, el bien supremo del hombre, la «eudemonía», la «beatitud» de Cicerón, o el encuentro con los placeres del alma en definición de las Meditaciones, de Marco Aurelio.

En los tratados divulgativos de esa oleada de manuales prácticos que tienen en la autoayuda un género paraliterario, la búsqueda de la felicidad es una obsesión constante desde Deepak Chopra al dalái lama, que suscribe un texto relativamente reciente que titula El arte de la felicidad.

Aunque sin duda, la más bella definición está en el preámbulo de la Constitución norteamericana, que señala como anhelo de los hombres y mujeres la búsqueda de la felicidad.

Los gallegos somos maestros en el arte de «venirse abajo», duchos en el sentido crepuscular de la vida, y militantes de ese concepto sartriano que está entre el ser y la nada y que define nuestro carácter melancólico, aderezado por una saudade de la que hacemos gala mal que nos pese y que es una losa sobre nuestras cabezas.

Somos así aún a nuestro pesar. Habitamos el cunqueiriano reino de la lluvia, anterior en cronología mágica a Invernia, al territorio de Mordor, y al país de Juego de tronos. En los convulsos tiempos que estamos viviendo, quizás no existan muchas razones para ser felices. Los doce mil rapaces que el pasado año tuvieron que emigrar, muchos de ellos olvidándose para siempre del camino de vuelta, forman parte de esa depresión global que nos atañe. Al convertir Galicia en una nación sin niños, con un saldo entre la vida y la muerte favorable a esta última, con la pobreza rodeando la lectura geriátrica de país, con el desmantelamiento de la estructura industrial que nunca ha sido poderosa, ser felices es mucho más que una tarea titánica. En nuestra tradición histórica no cabe la felicidad cuando el ciudadano gallego habita de Pedafrita o el Padornelo para dentro.

Un aire de tristura frecuenta nuestra patria, envuelve con su brisa nuestra cultura y pinta de grises nuestro comportamiento. Comentando el sondeo de manera trivial con un paisano, en esta mañana soleada de Madrid en julio, me respondió que nosotros somos felices a nuestra manera, y yo sigo sin saber cuál manera es la nuestra.

La felicidad no es la satisfacción, ni el orgullo, ni el sentido de pertenencia. Acaso es solo una utopía, una historia bien articulada, una vana pretensión, pero si no somos felices debo decir que nosotros los gallegos no somos, ni mucho menos, infelices.