Un Parlamento lleno de coletas

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

01 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Lo peor es comprobar que detrás de la fachada que hemos estado contemplando durante los últimos 40 años no había nada. Todo era un paripé. Resulta patético comprobar con qué facilidad se ha venido abajo todo ese edificio democrático que parecía construido a prueba de terremotos. A la primera que los partidos políticos españoles han sido sometidos a un test de resistencia, y justo cuando eran más necesarios, se han quedado sin respuestas y renuncian de forma cobarde a sostener un discurso propio. La única solución, al parecer, es hacer de todo tabla rasa y empezar desde cero. Una refundación global que supone simplemente el reconocimiento de un fracaso colosal.

Llega una crisis económica que deja a los ciudadanos a la intemperie, especialmente a los más desprotegidos, y, en lugar de abanderar la lucha -cada uno desde sus respectivas posiciones ideológicas-, los partidos inician la desbandada general. Es verdad que, tal y como repite Pablo Iglesias con su cansino matarile, nuestros políticos han llegado a convertirse en una clase privilegiada, corporativa y autista. En esa casta caricaturizada hasta la náusea. Pero todavía más grave es que su réplica ante un discurso que aprovecha la justificada indignación de la calle sea simplemente el portazo y la rendición incondicional. El canguelo que les ha entrado a los grandes partidos españoles por el hecho de que una nueva fuerza como Podemos consiga cinco escaños en unas elecciones europeas revela su indigencia política e intelectual. En lugar de reaccionar, su respuesta ante al desafío es renunciar a sus señas de identidad y asumir como propio el discurso antisistema.

Con esa estrategia Zelig, después de las próximas elecciones generales podemos encontrarnos con un Parlamento plagado de coletas y con todos los diputados uniformados en Alcampo. Y con un debate político reducido al «yo también quiero acabar con todo y, además, dos huevos duros». Que solo nos falta ya escuchar a Rajoy hablando de la casta. Una cosa es que resulte imprescindible que nuestros políticos corrijan sus comportamientos endogámicos y conecten de una vez con la calle, y otra que convoquen todos ellos un akelarre suicida a las puertas del Congreso y le entreguen a Iglesias las llaves de sus despachos.

Resulta deprimente, además de ridículo, que el líder de una formación como Izquierda Unida dé un paso atrás y le ceda todo el poder a un joven recién llegado como Alberto Garzón por el hecho de que sea amigo de Pablo Iglesias. Igualmente esperpéntico es que para aspirar a ser el líder del PSOE se considere necesario quemar públicamente los estatutos del partido o prometer vacuidades como «un shock de modernidad» para España. Y, ya cómico, es que Rajoy anuncie ahora que se va a reducir el número de aforados, como quien arroja un trozo de su bocadillo al león hambriento que le persigue, con la esperanza de que así se calme. Entre tanta falsa autocrítica, no estaría mal que alguien empezara a hacer política.