Relación de agradecimiento

Ernesto Sánchez Pombo
Ernesto S. Pombo EL REINO DE LA LLUVIA

OPINIÓN

19 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La monarquía y el periodismo tenemos mucho en común. Entre otras cosas, la escasa valoración que la sociedad española nos otorga. A los coronados les concede un 3,7 sobre 10, la más baja de su reinado. A los periodistas nos sitúan en uno de los últimos lugares de valoración. Con los camareros, que no sé por qué están tan mal con lo mucho que trabajan y lo poco que cobran. Quizás por eso no seamos los periodistas los más indicados para hacer valoraciones y balances. Pero arriesguémonos porque la ocasión lo merece.

En el reinado de Juan Carlos, que ayer finalizó, ¿hay más destellos o tinieblas? Pues depende a quién se la pida parecer. Si se lo pedimos a los partidarios del orden y la jerarquía, no hay duda. Esta monarquía ha brillado especialmente. Claro que si lo hacemos a Felipe González y Pérez Rubalcaba, republicanos de toda la vida, como ya sabemos, nos dirán que las luces nos deslumbran, que las sombras hay que olvidarlas y que el balance es de lo más positivo. Estos dos con ADN republicano, como se ve, representan una opinión que puede entenderse generalizada.

Porque hay mucho revolucionario descafeinado en este país que le concede al rey que hoy se nos despide casi el papel de presidente de esa soñada república. Sin mayores exigencias, ni deberes. Y ello, sin duda, porque lo que establecimos el primer día los españoles con la Corona fue una relación de agradecimiento. Por aquello que llamamos pilotar la transición. Establecimos una relación de obediencia. Porque era la máxima institución del Estado. De admiración y respeto. Porque entrañaba una figura excelsa. Una relación de reconocimiento a quien representaba algo diferente a aquellos tiempos de oscuridad total.

Pero no todos hemos puesto lo mismo en esa relación de confianza y agradecimiento. Unos mucho más que otros, como demuestran los episodios de pillaje, golferías y abusos recientes. Pero aún así nos hemos acomodado a la figura y a la institución que representa. Y ahí estamos, estacionados en el reconocimiento y en la complacencia. Sin más ambiciones.