Setecientos y pico mil...

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

14 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Y pico de ave, que gustaba de decir Cunqueiro cuando la cifra era muy abultada. En el caso que nos ocupa es tan desorbitada como obscena, pues se trata (720.000 euros) de la prima que recibirá cada uno de los jugadores que componen la selección española de fútbol si ganan la copa del mundo de ese deporte que desde hace un par de días se está celebrando en Brasil. Este año el calendario tiene un mes más entre junio y julio. Un mes suspendido en todos los televisores de la tierra, jaleado por multitud de estaciones radiofónicas, narrado en la totalidad de diarios del mundo, criticado en las redes sociales, que reiteran trendig topics en los ciento cuarenta caracteres de Twitter o en el muro universal de Facebook. Es la sobredosis del deporte industrial más popular, el que levanta pasiones, las bajas y las nobilísimas, el que excita los sentimientos patriotas y patrioteros, el que no acepta controversias ni denuncias que dan cuenta de su alienación global, digo bien escribiendo alienación, no citando alineación, que ese es otro cantar.

Llega el mundial cuando la gran crisis económica que asoló y desoló a la vieja Europa, está moderando el poder destructor de las economías estables, llega como antídoto de la miseria, como anestesia universal de críticas incómodas y de disidencias críticas.

Es el futbol, imbécil, señalamos remedando la frase célebre. El llamado deporte rey, porque es bien sabido, lo que se repite hasta la saciedad cuando se entrevista a un jugador de primer nivel que «fútbol es fútbol» y nos quedamos tan anchos.

La prima hiperbólica es la más elevada de las establecidas entre todos los países que compiten en el mundial, superior a la de Francia e Italia, más que la de Holanda o Portugal, más incluso que la que percibiría la selección alemana, en el supuesto de quedar vencedora.

Y no es demagogia, la prima debería desaparecer, pues se considera, al menos yo así lo creo, un privilegio representar a tu país en un certamen, al fin y al cabo, deportivo. No seré yo quien llame mercenarios a la veintena larga de jugadores de campo que conforman el equipo español, ni quien recuerde el déficit económico de muchos de los equipos que integran la liga profesional. No voy a recordar siquiera el papel de la FIFA ni el coto cerrado de la Federación Española de Fútbol. Solo debo decir que moderaré mi entusiasmo si la progresión de nuestro fútbol llega a lo que el Marca o el As definirán como nueva gesta histórica si el conjunto que dirige Del Bosque juega la final en «el mítico escenario de Maracaná».

Nos volveríamos a sentir los auténticos reyes del mambo, como hace cuatro años, levantaríamos monolitos conmemorativos y estatuas arcangélicas en el corazón de nuestra memoria, a los héroes del balompié, y si no es así, al menos lo habremos intentado y, mejor dicho que nunca, moriremos con las botas -de fútbol- puestas.

No voy a desmitificar nada, pues no me toca, pero no hay quien me apee de escribir que es un exceso incuestionable, acaso una agresión a nuestra inteligencia, que con la que está cayendo se fije una prima de setecientos y pico mil euros.