Avalancha

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

08 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La cibernética aplicada a los sistemas vivos enseña que cuando un medio hace crisis, los organismos que lo habitan tienen que cambiar para adaptarse. Los mecanismos que utilizan son dos: intentar mantenerse lo más estables posible hasta que arrecie la crisis o, si eso resulta imposible, apresurarse a cambiar rápidamente. El primero busca mantener la misma estructura y el otro cambiar radicalmente hasta conseguir una que se adapte al nuevo medio. Si no lo consiguen, la única alternativa es la extinción.

Sabemos desde hace tiempo que el medio está en crisis y también que llevamos funcionando en modo «mecanismo cambiar lo mínimo», intentando mantenernos estables en el proceso de adaptación al nuevo ambiente, pero se están agotando los intentos para conseguirlo y empieza a activarse la otra alternativa: cambiar rápidamente antes de extinguirse.

La metáfora que ilustra la velocidad que se adquiere cuando de estos cambios se trata, es la de una avalancha: como un pequeño cambio inesperado, si comienza a rodar, puede desatar un derrumbamiento de la montaña.

La dimisión de Benedicto XVI fue el chupinazo simbólico del paso de la clavija al modo de «cambio rotundo» y así fue -lo que no intuya la Iglesia que supo adaptarse a todo-. A partir de ahí, Europa ha encendido el mecanismo morfopoyético de cambiar a toda velocidad.

Cuando se toca esa retreta nada vale, todo está en proceso de desalojo y todo ha de ser renovado. Aparecen los cacos, los chamarileros, los liantes y los violentos, que roban cosas, las revenden, las deforman y quieren imponer su criterio sobre cómo se ha de decorar la nueva casa. En esas estamos.

La reciente abdicación del rey está en la lógica del proceso de adaptación al medio, igual que la de Rubalcaba y la agonía del PSOE en busca de un cambio que no encuentran. La actuación de algunos ciudadanos y fuerzas políticas en este delicado proceso que acometemos se asemeja a la de los oportunistas de algarada y vendedores de ungüentos milagrosos en una epidemia.

Sebastián Brant escribía en La nave de los locos aquello de tener cuidado en «no tirar al niño con el agua después de bañarlo». Pues ese es el riesgo que estamos corriendo actualmente. Como no se pilote serenamente esta nave de los locos en la que navegamos, tiraremos cosas muy importantes por el desagüe y, lo que es peor, algunas necesarias para poder cambiar con éxito.

Hoy más que nunca deberíamos tener presente el consejo benedictino: valor para luchar con todas las fuerzas por aquello que creemos que haya que cambiar; paciencia y resignación frente aquello que no se puede cambiar y, lo más importante, sabiduría para saber qué cosas se pueden o no cambiar.

Amén.