No fue un debate, sino dos monólogos sucesivos en espacios de dos minutos donde Europa fue solo una leve referencia, un paisaje dialéctico difuminado, que hurtó a los ciudadanos soluciones y propuestas. ¿Quién ganó el debate? Se preguntan los tertulianos, todólogos y medios de comunicación. Y la respuesta es que lo perdimos todos los españoles, lo ganaron quienes no lo vieron y todas aquellas personas que cambiaron de canal a tiempo.
Porque la fórmula estaba agotada antes de emitirse, antes de pactar los temas y la dimensión de las intervenciones, antes de jugar a cara y cruz quién las iniciaba y quién las concluía. Es una auténtica tomadura de pelo convocarnos ante el televisor para eso. Para ver como el superstar de la derecha, Arias Cañete, nervioso y congestivo, derrapaba desde un guion antiguo y unas chuletas esquivas de power point chapucero, llamando nada menos que «maravilloso» al infame rescate bancario. Yo, que raras veces me sorprendo, quedé sorprendido al comprobar la escasa cintura de quien ha sido presentado como la gran esperanza conservadora para Europa.
Currículo le sobra, pero en pericia dialéctica es cuestionable su oficio.
La candidata socialdemócrata, Elena Valenciano, fue eficaz, y al darse cuenta de que su interlocutor se descolocaba por momentos, amagó en los nueve asaltos el K.O. técnico y a punto estuvo de conseguirlo sin realizar ninguna propuesta que resultara medianamente atractiva e ilusionante para el electorado.
Si volvemos al viejo análisis, ganó Valenciano poniendo distancia enorme sobre Arias Cañete, y eso que la Europa de las libertades no es la España de la ley del aborto de Gallardón, argumentada como un puñetazo en el mentón de Arias Cañete, como si el principal problema que tiene España fuera la regulación de la interrupción del embarazo. Eficaz y truculenta, con recursos sensibleros como «soy madre, tengo una hija y un hijo, son lo mejor que he hecho, lo mejor que me ha pasado?», mientras Cañete hacía acopio de datos de la factoría Arriola, el gurú demoscópico de Rajoy, que exhibía en un cartoncito estadístico.
Elena miraba a la cámara, hablaba como si tal cosa con un tono adecuado, a media voz. Cañete, nervioso, buscaba en los papeles la frase no encontrada. En fin, un desastre a dos voces. Así se incrementa la abstención. El PSOE enderezó un poco más su alicaída campaña, mientras que el PP tiró por tierra un debate en el que se suponía su hegemonía. Craso error.
Aburrieron a las ovejas, y nos trataron como un rebaño sumiso tanto a las orondas churras blancas de la derecha como a las merinas, ovejas negras de la izquierda. No ha sido un debate, acaso valga para no repetirlos con esa fórmula, y haya puesto punto final a un esquema que hace ya tiempo que se ha quedado obsoleto.