El crimen de León y los mecanismos del poder

Tomás García Morán
Tomás G. Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

17 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El monstruoso asesinato de la presidenta de la Diputación de León está siendo analizado por nuestra clase política como casi todo lo que sucede en los tiempos que corren: un toma y daca de héroes y villanos que sirve para que cada partido lleve el agua a su molino en plena campaña electoral. De manera que el PP ha hecho todo lo posible por circunscribir lo ocurrido a un asunto estrictamente personal, a la acción de dos psicópatas que una buena mañana salieron de su casa y no tuvieron mejor idea que pegarle cuatro tiros a una transeúnte. Y en el lado opuesto no ha faltado quien de forma temeraria ha venido a decir que los políticos juegan con fuego, y esta señora se quemó.

Y ni una cosa ni otra. Si hacemos un pequeño esfuerzo por no quedarnos en la espuma de la cerveza que se bebe en Twitter, habrá que convenir en que todo lo que se está contando en torno al crimen de León no es más que un retrato, sin duda hiperbólico y hasta parece que guionizado por una perversa mente de Hollywood, de una forma de hacer política que se ha hecho moneda común en la España actual.

De cómo se obtiene el poder y de cómo se pierde. De cómo una casta se aferra a ese poder y a sus aledaños, cueste lo que cueste, por encima de los cadáveres que haya que pisar.

En su último libro, El fin del poder, el intelectual Moisés Naim teoriza sobre cómo se ha deteriorado este concepto en los últimos tiempos, coincidiendo con la democratización de la tecnología: dictadores históricos acorralados por la turba, papas que renuncian, presidentes de EE.UU. incapaces de cumplir sus amenazas militares, empresas de bandera reducidas a la mínima expresión y superadas por gigantes que nacieron anteayer en un garaje... Alerta Naim, sin llegar a valorar si esto es bueno o malo, de cómo con el poder está ocurriendo algo muy novedoso: cada vez es más fácil de conseguir, más difícil de gestionar y más fácil de perder.

Probablemente sin llegar al nivel de reflexión del ensayista venezolano, Isabel Carrasco y sus dos presuntas asesinas conocían muy bien los mecanismos del poder y las consecuencias de perderlo. El relato del crimen del río Bernesga habla de una mujer tiroteada a las puertas de su casa. Pero también de alguno de los principales pecados capitales de nuestra política actual: corrupción institucionalizada, enchufismo sin disimulo, venganza, saña, obsesión, depuración de disidentes, no sabe usted con quién está hablando...

De la impunidad de quien casi se cree Dios. De los privilegios que otorga la pertenencia a la casta, la berlina alemana, el ático soleado, las reservas caseras de maría. De la sed insaciable de dinero, lujo y apariencia. Y de lo que llega a ser capaz de hacer el ser humano para evitar que lo expulsen de ese paraíso artificial en el que se ha convertido buena parte del denostado mundo político en este país.