«Tiembla, Louzán»: eso sí es violencia política

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

14 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Confieso que ayer me sobresaltó la lectura de parte de la prensa. Varios periódicos publicaban editoriales y columnas de analistas con una línea de pensamiento bastante común: el asesinato de Isabel Carrasco era consecuencia del clima de agresividad hacia la clase política que existe en España. Para llegar a esa conclusión se utilizaban varios ejemplos: las personas que manifestaron en las redes sociales su deseo de que el cáncer matase a Esperanza Aguirre o lamentaron que un accidente de tráfico no hubiese terminado con la vida de Cristina Cifuentes. Naturalmente, se recordó la agresión sufrida por el líder socialista catalán Pere Navarro, y se anotaron todos los insultos a políticos, los escraches y otras formas de hostilidad.

Ciertamente, ese clima está ahí, muchas veces hemos escrito sobre él y nadie debe olvidar su existencia: ni quienes sufren las agresiones ni quienes las comentamos una vez producidas. Pero trasladar ese clima al asesinato de Isabel Carrasco me parece precipitado, exagerado y peligroso. Pero cuidado. La experiencia demuestra que la interpretación periodística de un hecho es más poderosa que la realidad. Si hubiese una coincidencia mayoritaria en que ese crimen ha sido la consecuencia funesta de la crispación social ante la política, o que la desesperación por el paro condujo a matar a una dirigente, esa será la verdad que quede para la historia. Por el bien de la convivencia, me parece urgente frenar esa incipiente corriente de opinión, que empieza a ser alarmante en las redes sociales.

Señores, mientras no se demuestre lo contrario, no estamos ante un suceso de violencia política. En la muerte de la señora Carrasco no hay carga ideológica, como en principio demuestra la militancia de las detenidas. Tampoco existen indicios de hostilidad hacia la clase política, sino hacia una persona concreta, y por razones también personales. Estamos ante la obra de unas mujeres que maquinaron una muerte, la planificaron con detalle y lo habían previsto todo, desde la desaparición del arma hasta la coordinación para no declarar ante la policía. No son dos profesionales del crimen, pero han acumulado experiencia en sus conversaciones con su marido y padre, inspector jefe de Astorga.

¿A qué conduce incluir el suceso en el capítulo de la violencia política? Solo a un triste destino: provocar que salgan imitadores; personas que quieran vengarse ante situaciones injustas que les toca vivir; escribidores de redes sociales con ese difuso «algo habrá hecho» que empieza a asomar por ahí. Por eso opino que hay que frenar esa corriente de opinión. Y tengámoslo muy claro: la violencia política no es el crimen de León. Sí lo es escribir eso de «tiembla, Louzán».