Europa, lejana y desconocida

Daniel Ordás
Daniel Ordás TRIBUNA ABOGADO

OPINIÓN

21 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Las decisiones relevantes para España se toman en Europa. No obstante, los partidos españoles (y los del resto de Europa) siempre usan las elecciones europeas para la política nacional y le dan muchísima más importancia a las elecciones generales que a las europeas. ¿Por qué sucede esto en casi todos los países de la UE? Hay varias razones (el orden no es una valoración).

Es cierto que el 70-80 % de las leyes que no conciernen a los europeos se toman en Bruselas, pero por falta de democracia en Europa no las toman los ciudadanos europeos, ni el Parlamento Europeo, ni siquiera la Comisión Europea. La inmensa mayoría de las decisiones europeas son chanchullos que arreglan en el Consejo de Ministros, un órgano de muy escasa legitimidad democrática a nivel europeo en el que los participantes son elegidos por el presidente del Gobierno nacional, que a su vez fue elegido por el Parlamento nacional, que en el mejor de los casos (no en todos) fue elegido directamente por el pueblo con unos sistemas de proporcionalidad y representatividad en muchos casos dudoso (en varios casos peores que el sistema español).

En las elecciones europeas no hay tantos puestos, favores y cuñadismos que repartir. Los eurodiputados tienen mucho menos poder de corrupción que los políticos a nivel nacional. De hecho, cualquier alcalde o concejal puede enchufar a más personas que un eurodiputado.

Para los Gobiernos nacionales, Europa es desagradable. Saben que es un problema pendiente que intentan evitar. Nadie se atreve a hablar sobre la falta de democracia, Constitución, control, eficacia y coordinación en Europa. Si no nos atrevemos a hablar de la reforma del Senado en España, ¿cómo vamos a hablar de las estructuras europeas? Ya carecen de legitimidad los decretazos nacionales, pero ¿quién va a cuestionar las decisiones europeas?

Los ciudadanos sienten a Europa como una lejana desconocida. La constante violación del principio de subsidiaridad y legitimidad democrática hace que nadie se identifique con Europa. De las decisiones positivas no nos enteramos o se ponen las medallas los políticos nacionales. Las demás decisiones nos parecen lejanas, injustas e impuestas.

No quedan políticos europeístas. La generación de los fundadores, que había vivido los horrores de una guerra europea (algunos incluso dos), tenía un espíritu y una vocación europeísta. En muchos casos eran políticos circunstanciales, cultos, con idiomas y experiencia de vida. Hoy priman los de carrera en las canteras de los partidos nacionales que, si son jóvenes, usan Europa para darse a conocer a nivel nacional y, si son viejos, para jubilarse con una pensión muy digna. Una función que se da ya menos es la de apartar a los competidores internos del partido nacional en el Parlamento Europeo. Antes esta institución se consideraba la vía muerta o el callejón sin salida y el nombramiento era una forma de quitarse del medio a posibles competidores internos.

Europa le duele a los Gobiernos nacionales. Los Gobiernos del norte consideran que Europa es solo pagar para los hermanos pobres del sur y a los Gobiernos del sur les fastidia que a cambio de las limosnas tienen que ceder competencias y dar explicaciones (es mucho más agradable poder guisar estas cosas en casa y solito).

¡Nunca nadie se atrevió a decir lo que es la Unión Europea! Algunos hablan de una visión, otros de un garante de paz, algunos de solidaridad, de Estado federal y otros solo de tratado económico. En el ambiguo lenguaje de políticos y diplomáticos fue posible durante décadas que cada país y cada partido definiera Europa a su bola sin dejar nada claro, pero sin herir la sensibilidad y la definición de la Europa del otro.

El único intento de democracia en Europa acabó en un desastre. Los países donde los ciudadanos pudieron decidir sobre la Constitución europea rechazaron la imposición de un pacto opaco de políticos y tecnócratas. En vez de reaccionar como adultos y asumir la derrota convocando unas elecciones europeas constituyentes, los políticos europeos decidieron renunciar a una Constitución, renunciar en definitiva a una definición y un proyecto de Europa. La consecuencia es que nadie se siente identificado ni representado por Europa. Muchos seguimos creyendo en Europa pero ya nadie cree en esta Europa.

En estas elecciones europeas conseguirán por última vez vendernos una campaña sobre el aborto, Cataluña, Bárcenas, los ERE y la ley Wert. Serán unas elecciones europeas en clave nacional. El cambio de mentalidad empezará el 26 de mayo. Antes de las elecciones no hay posibilidad de cambio. Los dos grandes no han entendido aún la gravedad de la situación y están aun lejos del pánico necesario para una renovación. Los partidos pequeños están aún muy lejos de la responsabilidad, por lo que pueden prometer el oro y el moro. Espero que el desastre del 25 de mayo no se interprete como un cabreo pasajero. A nivel español quedará claro: no habrá una España sin PP y PSOE, pero tampoco habrá una España del PP o del PSOE.