Ceguera y distorsión de la realidad

OPINIÓN

21 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Escribo en la paz mañanera del sábado. Desde mi personal circunstancia, un día de espera y esperanza, previo a la culminación de la Semana Santa con la gran fiesta de la Pascua cristiana. Lo que significa se muestra en las figuras de los pasos procesionales por las calles de muchas de nuestras ciudades y ha quedado en diferentes manifestaciones del arte sin las cuales no se entiende la cultura de la parte del mundo al que pertenecemos o del que hemos colaborado a construir fuera de Europa. Una realidad que tiene su centro en la fe en Cristo Jesús, en el que confluye la devoción popular de esa semana. El cristianismo no se reduce a una moral y a unas prácticas religiosas. Es un encuentro personal con Cristo, que solicita una respuesta coherente de vida en cada quien. Una enseñanza vivida por egregias figuras de la Iglesia de todos los tiempos. No será fácil, pero es asequible.

El papa Francisco nos lo ha vuelto a enseñar reconociendo la falibilidad de los creyentes e insistiendo a la vez en la exigencia de la ejemplaridad, de todos, para quienes no tienen el don de la fe o la han aparcado. El cristiano no es un apátrida, ajeno a todo lo que le circunda, que ya es global. El pontífice, quizá el más popular de los hombres con proyección pública, es un referente de solicitud por lo que afecta a nuestro mundo, para admiración y respeto de los líderes políticos. No es preciso hacer una profunda investigación de quienes son los pobres y marginados de los relatos evangélicos. Los medios de comunicación social los transmiten y nos los ponen ante nuestros ojos. No cabe ceguera, aunque la actualidad informativa de unos relegue al olvido otros que siguen siendo reales. La capacidad humana es fértil para producir sus especies.

A enfrentarse a ellos estamos convocados todos. La acción de los cristianos no tiene por qué cubrirse con una bandera confesional; es cuestión de libre y personal responsabilidad actuar solidariamente, también con quienes no comparten la raíz de sus creencias. La fe no se impone. Hoy es de una claridad elogiable. No debe ser perseguida, de lo que con frecuencia se nos informa. Tampoco ha de ser motivo de discriminación alguna. Y también para esto el ingenio humano es habilidoso. Se rechazan dogmas en los que no se cree y a unas propias convicciones se las convierte en dogmas laicos a imponer a todos, aunque, a veces, se trate de formulaciones que chocan con lo que de común se entiende como propio de la naturaleza. Qué reticencia puede haber como principio para poner obstáculos a un trabajo en común por el bien de la sociedad a quienes pretendan ser coherentes con sus creencias, cuando el interés por el otro o la comprensión por su actitud hostil llega al máximo en la persona del Crucificado y Traspasado, que ama hasta el fin, da su vida y pide perdón para quienes lo condenaron porque no sabían lo que hacían. Puede que no se vea el fondo de esa realidad. Al menos, no deberíamos distorsionarla.