Suárez: el presidente que supo sufrir

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

23 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En esta época en que manda lo soft, lo light, lo smooth (lo blando, lo ligero, lo suave), y en la que, siguiendo la conocida formulación de Carlos Marx -«todo lo que es sólido se desvanece en el aire»- la valentía ha dejado ya de estar de moda. Y no me refiero, por supuesto, a la cobardía disfrazada de valor del matón o el pistolero que descerraja un tiro en la nuca a quien no puede defenderse. Hablo de valentía en el más noble sentido que esa palabra tuvo un día. La de Abraham Lincoln, al decidir abolir la esclavitud; la de los resistentes contra el comunismo o los fascismos; la de quienes cumplen a diario con su trabajo jugándose la vida; aquella, en fin, que representó como pocos Winston Churchill cuando, en una Europa sometida al yugo hitleriano actuó en contra de lo que le aconsejaban casi todos los que lo rodeaban y proclamó solemnemente la voluntad de combatir de los británicos, en uno de los discursos más impresionantes que nos ha sido dado escuchar nunca: «Defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el coste, lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, en los campos y en las calles, en las colinas... No nos rendiremos jamás». La valentía de Adolfo Suárez fue de esa naturaleza, según lo demostró en los tres momentos cumbres de una trayectoria merecedora hoy del elogio unánime que en su día, cicateramente, le negaron amigos y adversarios: su lucha para que las Cortes franquistas aprobaran la ley para la reforma política, que permitió echar a andar la transición; la decisión, adoptada en una casi absoluta soledad, de legalizar al Partido Comunista de España, prueba irrefutable de su voluntad de caminar hacia una democracia de verdad; por último, aunque no desde luego en último lugar, el coraje con que se mantuvo de pie el 23-F («No me tiré porque no me dio la gana, porque yo era el presidente del Gobierno») mientras todas las demás personas presentes en la Cámara (salvo el teniente coronel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo) se protegían cuerpo a tierra de los disparos de los sediciosos. De dos de esos momentos conservamos imágenes que no dejan lugar a duda alguna sobre el admirable coraje del primer presidente democrático: la de Adolfo Suárez, sentado aún en las Cortes orgánicas de Franco, suspirando aliviado al conocer el resultado de la votación que daba vía libre a su ley para la transición, tras la votación de unos procuradores que en su inmensa mayoría no querían ni oír hablar de libertad; y la del ya presidente democrático, recién dimitido, que fue capaz de no echarse al suelo, al precio de su vida, cuando los golpistas de Tejero tomaron el Congreso. El presidente Suárez debió pasar meses y meses dominado por el más duro sufrimiento. Pero, como Voltaire escribió un día, en eso consiste el auténtico valor: en saber sufrir. Y en seguir, pese al sufrimiento, hacia delante.