Los sabios han diseñado una propuesta fiscal que pretende garantizar los ingresos del Estado. Esos mismos sabios, sin embargo, parecen ignorar que la reforma va a aplicársele a millones de familias que viven momentos muy duros.
Rebajar el tipo mínimo del IRPF parece un acierto. También sería aceptable subir el IVA de artículos que, aunque formen parte de la cesta de la compra, no sean indispensables. Por ejemplo, alimentos «de lujo». Pero ¿cómo se les ocurre subir del 10 al 21 % el gravamen del pollo, la pasta o la carne? ¿Cómo se puede pensar en encarecer bienes básicos como el agua o el aceite?
La reforma, de salir adelante, sería una vuelta al pasado más duro, en el que la alimentación de las familias con problemas se basaría en patatas, pan, huevos y leche, de lo poco que no subiría.