Primero lo aprobó Baltar en la Diputación de Ourense (sí, Baltar, hijo de Baltar padre), también presume Besteiro de tenerlo, y ahora lo anuncia Feijoo para la Xunta. El código ético es la nueva moda en las instituciones, atrapadas, más bien sus representantes, en una marea de casos de corrupción (algunos ya probados, otros presuntos, muchos más inmorales, decida lo que decida la Justicia). Y la solución era esta: un código ético para prohibir regalos (¿pero el mayor regalo no era servir al pueblo?); un código ético para «concretar responsabilidades que las leyes no concretan» (sic), y aquí tenemos a los políticos dando lecciones a los jueces. Entre tanto, la galería de imputados crece hasta el infinito y más allá. Marchando, pues, un código ético para maquillar la corrupta realidad. Porque en esta, por lo visto, no merece la pena meter mano.