¿Primavera venezolana?

OPINIÓN

02 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La primera que viene a la memoria cuando se habla de primaveras políticas es la de Praga. Pero esa ya ocurrió hace casi medio siglo y acabó como acabó. En los últimos años estuvieron de moda las primaveras árabes, con resultados desiguales. ¿Se puede hablar de primavera venezolana?

Lo primero que conviene recordar, para evitar equívocos, es que en el trópico no existen estaciones, todo el año es verano. Eso lo sabe muy bien Nicolás Maduro, que acaba de prorrogar por decreto los días festivos del carnaval para que los venezolanos despejen la calle y se vayan a disfrutar de sus maravillosas playas. Que le hagan caso o no, en esta ocasión está por ver. La ciudadanía venezolana cada vez comulga menos con los pajaritos que le susurran al oído a un presidente cuya victoria en las urnas es, cuando menos, discutible y cuya condición de venezolano de nacimiento -un requisito inexcusable para ejercer el cargo- está por demostrar.

Si dos de las claves que explican el fenómeno de los tres últimos lustros son el uso que se ha venido haciendo del maná de los petrodólares y el verbo fácil de un personaje difícilmente repetible como el fallecido comandante, ambas cosas se han acabado. La falta de liquidez que padecen las arcas públicas venezolanas no tiene visos de ser coyuntural. La única fuente de ingresos que le queda, después de haber destrozado todas las demás a golpe de demagogia barata, es el dichoso oro negro, el petróleo. Pero su producción está yendo a menos, no porque se agoten sus yacimientos, sino por falta de inversión en su explotación. A esto se suma el que el ogro norteamericano, el principal cliente tradicional y uno de los pocos que paga a precios de mercado, cada vez compra menos, porque va camino de la autosuficiencia energética. Sin dólares no hay misiones y sin subsidios discrecionales, peligran los semilleros de votos.

No es fácil saber hasta qué punto Maduro, que parece vivir más en la nube que en la tierra, es consciente de la dimensión del problema del país. Sí es evidente que en La Habana lo son, de esta realidad y del riesgo que para la isla entraña la caída del chavismo sin Chávez. Por eso a la nutrida nómina de efectivos desplazados a Venezuela le han sumado recientemente los avispas negras, que no van precisamente a producir miel, sino perfeccionar la represión, que es su especialidad. ¿Y la primavera? Dependerá de las fuerzas con las que vuelvan los venezolanos después del carnaval.

Julio Á. Fariñas es periodista.