La fiesta y la resaca

OPINIÓN

30 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Descorchemos el champán, que entren los mariachis y que comience la fiesta. Pero antes de que suene el corrido, un minuto para los plácemes y los brindis. Por el México lindo y bonito que ayer acogió a los republicanos españoles y hoy decide albergar, bajo el techo de sendos hoteles flotantes, a un millar de obreros gallegos del naval. Por el presidente Núñez Feijoo, nuestro niño de San Ildefonso, que extrajo las bolas de la suerte y propició una lluvia de millones de horas de trabajo sobre los astilleros de Vigo y Ferrol. Y por el arrepentimiento de quienes cometieron el pecado venial de desconfiar de la palabra presidencial o el pecado mortal de preferir el cuanto peor, mejor: que el purgatorio les sea leve a los primeros y que el infierno abrase a los segundos.

Ahora sí, superadas las cuestiones protocolarias, fiesta rachada. Es el momento de sacar pecho -a quen me dea un pau, doulle un peso- y exhibir los bíceps de la contrastada capacidad tecnológica de nuestros astilleros. La oportunidad de profetizar una nueva etapa de esplendor para la industria naval, cuyo prólogo lo acaba de escribir Pemex en la cartera de pedidos de Navantia y Barreras. Una ocasión, incluso, para la nostalgia. Para rememorar aquellos días de gloria en que los japoneses, en vez de extasiarse con las piedras compostelanas, se pasmaban en Ferrol con la botadura de colosos marinos: los barcos penetraban como torpedos en la ría pero la ciudad, milagrosamente, no se sumergía en las aguas.

Estamos de celebración, felices poseedores de un décimo premiado con dos floteles. No es el momento de recordar que la mayor parte del gordo ha caído en Asia: cuatro buques gaseros para Repsol y Gas Natural Fenosa que serán construidos -16.500 empleos durante tres años- en los astilleros coreanos de Hyundai y los japoneses de Imabari. Ni tampoco de reprochar a nuestros Gobiernos, partidarios del Estado mínimo, que hallen más eco en una empresa pública mexicana que en dos empresas privadas españolas.

Estamos de celebración, porque arrancamos a mil trabajadores gallegos de las garras del paro. No es el momento de subrayar la modestia de la cifra. Ni de someterla a malévolas equivalencias: el 2,6 % de los 38.700 puestos de trabajo destruidos en el 2013, el número de empleos que se esfumaban cada nueve días del año pasado, la séptima parte de la hemorragia sufrida por la construcción naval durante la crisis... No es la hora oportuna: estamos de fiesta, no en un velatorio ni en el día de Difuntos.

Que corra el champán, atruene la música y se multipliquen los parabienes. Evitemos, eso sí, los excesos: en cuanto amanezca, mil ferrolanos y vigueses retornan al tajo y otros 276.800 gallegos tienen que seguir buscando trabajo. Y la resaca no resulta una compañía agradable.