Lo que vale una hora en el despacho oval

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

14 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

No sabemos si alguien le chivó a Rajoy que Obama estaba quemando grasa en aquel gimnasio de Johannesburgo, pero el caso es que el presidente del Gobierno tuvo ese día el exótico placer de encontrarse con un presidente de Estados Unidos sudando en camiseta. Tiendo a creer en la versión del soplo porque, estando en un hotel en el extranjero, uno se imagina a Rajoy leyendo la prensa en albornoz, y no dejándose los higadillos en la bicicleta estática a las seis de la mañana. Fuera preparado o no ese encontronazo, aquella diplomacia del gimnasio, practicada ante Obama con el bueno de Mandela todavía de cuerpo presente, le ha servido a Rajoy para cumplir su sueño y plantarse ayer exultante en el despacho oval. Algo que para un presidente del Gobierno español es como si a un fan de los Rolling Stones le invita a desayunar Mick Jagger en su mansión de la isla Mustique. La horita que el emperador le concedió ayer a Rajoy les puede parecer a algunos poca cosa, pero para él significa mucho. Es más de lo que ha dedicado en todo el 2013 a comparecer voluntariamente ante la prensa, por ejemplo.

Hubo un tiempo en el que los españoles esperábamos a que Eisenhower, Nixon, Carter, Reagan, Clinton o los Bush visitaran España para cantarles aquello de «os recibimos con alegría». Pero, desde hace mucho, ya ni eso. El último en dejarse caer por aquí fue Bush Jr. Y hace ya 13 años de aquello. La imagen de Obama visitando España en plena crisis sí habría sido una gran muestra de confianza en nuestro país. Pero, para retratarse con él, Rajoy ha tenido que hacer las maletas y esperar además a dejar de ser un apestado económico internacional amenazado por el rescate. Lo cual, unido a hechos como que Obama ni siquiera haya sido capaz de comprometerse a asumir la limpieza de Palomares o de condenar la expropiación de Repsol por el Gobierno argentino, da una imagen exacta de lo que en realidad le importa España, por más cariñoso que estuviera ayer.

Pero eso no le preocupa a Rajoy, que ayer le soltó a Obama sin complejos su recurrente discurso sobre las reformas y el inicio de la recuperación: «Y, Barack, a ver si por favor se lo explicas luego a los mercados como yo te lo cuento, que a mí en España no me creen». En lo demás, la cosa fue de póngame usted a sus pies para lo que desee mandar, que no vamos a andar ahora con tiranteces porque la NSA tuviera intervenido el teléfono de media España y espiara hasta al conserje de la Moncloa.

Obama se limitó a escuchar con atención, mostrarse luego contenidamente impresionado y enseñar su espléndida sonrisa al estrecharle la mano a su colega. Eso fue todo. Tampoco esperaba Rajoy que el estadounidense le apretara las clavijas sobre ningún asunto delicado. Pero, por si hubiera sido así, el presidente contaba con su arma infalible para sortear cualquier peligro: «Barack, de ese asunto ya he hablado bastante. Y sobre lo demás, ya tal».