Una carrera sin meta

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

05 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Desde la llegada de Internet, los seres humanos nos sentimos cada vez más incapaces de predecir el futuro. Sabemos que viviremos cambios acelerados en la forma de relacionarnos o de informarnos (es decir, en la forma de vivir y de actuar), pero no somos capaces de definir con precisión el nuevo horizonte. Por el contrario, creemos estar ante un futuro en permanente mutación que no dejará de ofrecernos sorpresas y que continuamente convertirá lo nuevo en viejo en muy cortos espacios de tiempo.

Tal vez las nuevas generaciones ya traigan incorporado el mecanismo de cambio acelerado. Es una posibilidad acreditada por otros episodios de mudanza en el pasado. Pero, para aquellos que no nacimos con una tableta internáutica en las manos, el desconcierto no será tan fácil de superar. Recuerdo cuando compré mi primer Amstrad, que se parecía mucho a una máquina de escribir, con la única particularidad de que grababa y almacenaba textos y fotos. Aquella novedad no solo era asumible, sino que era deseada. El desconcierto surgió cuando, en muy poco tiempo, mi Amstrad ya no era compatible con las nuevas ofertas de Bill Gates y Steve Jobs. Había que actualizarse o resistir. Opté por lo segundo y compré dos Amstrad para cuando fallase el primero y no encontrase repuestos en el mercado. Así empecé a convertir mi casa en un basurero informático. Porque luego también fui comprando todos lo demás. Pura obsolescencia.

Pero también esto tenía un límite de capacidad física y de sentido común. Le regalé entonces mis antiguallas recién compradas a un amigo coleccionista -que ya ha llenado varios almacenes- y adquirí un ordenador fijo y otro portátil, con lo que creía haber solucionado todos mis problemas. Pero, claro, aún me faltaba un teléfono que me permitiese hacer fotos y enviar watsapps. Me compré una BlackBerry como la del presidente Obama. No obstante, pronto aparecieron mis amigos con iPod, iPad, iPhone y otras virguerías. Me dije: ¿Voy a continuar esta carrera? Decidí que no. Pero un sexto sentido me alertó: «Amigo, abandonar la carrera es aislarse y regresar a las cavernas». Así que he decidido apuntarme al progreso. Aunque he perdido la fe en que exista una meta.