Cuando la cárcel duele

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

31 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Al político y al periodista le atrae más un comunicado de ETA que un plato de pulpo en el San Froilán. Es que sale un papel de la banda y proporciona discurso para toda la temporada. El último, como saben, se difundió el pasado viernes y hoy todavía produce noticias y comentarios y suscita reacciones. Algunas tan notorias como la del lendakari vasco, señor Urkullu, la del secretario de Organización del PSOE o la del director general de la Policía. ¿Es tan importante y digno de atención ese documento de unos ciudadanos que están en la cárcel por los delitos más execrables cometidos en el último medio siglo?

Pues miren: sí y no. Sí, aunque merezca toda desconfianza, por una razón: nadie podía imaginar hace algunos años que esos fanáticos que decían actuar en defensa del pueblo podrían llegar a reconocer que habían hecho daño a la sociedad. Nadie podía sospechar que quienes comenzaban los juicios repudiando a la Justicia española se avinieran ahora a aceptar la legalidad del Estado. Y eso significa algo que hay que valorar. Significa, a mi juicio, que dan por perdida aquella mística (asesina, pero mística) de heroísmo que les llevó al coche bomba y al tiro en la nuca. Y significa que ya saben que su liberación ya no depende de su victoria imposible, sino de la voluntad del Estado español. Por el mero hecho de sugerir esas consecuencias, el comunicado tiene alguna trascendencia y es legítimo que se considere un éxito más de la lucha antiterrorista.

No, por la intención que se desprende de su lectura: esos presos aceptan un comunicado que no busca otra cosa que obtener medidas de gracia o equivalentes. Por ejemplo, que termine la dispersión y haya acercamientos a las cárceles del País Vasco, que cambie la política penitenciaria, o que se apliquen a más presos (o a todos los presos) las medidas de gracia, desde el tercer grado a la excarcelación. En este sentido, el comunicado no tiene más interés que el de una argucia que podría firmar cualquier otro preso, cuya primera aspiración es librarse de los barrotes de una prisión.

Por tanto, el comentario que merece es doble: resaltar su importancia, pero limitar su intención; ni ponerse a ensalzarlo como si se tratara de un cambio fundamental, ni rechazarlo de plano, como están haciendo los sectores más conservadores. Si yo fuese Rajoy, haría exactamente lo que él está haciendo: guardar un cauteloso silencio, hablar con Urkullu y no mover una coma de su política. Por primera vez en la historia de esa banda criminal, es ella la que se está ablandando. Y es que la cárcel les duele. La dispersión y la distancia les duele. Es cuestión de seguir aplicando la ley y, sencillamente, esperar. Es decir, lo que mejor hace Rajoy.