No nos son simpáticas. Son unas depredadoras insaciables que solo miran sus cuentas de resultados. 21.600 millones de beneficio desde que se inició la crisis. Son todo eso y mucho más. Pero las eléctricas se han sublevado con razón. No entienden la anulación del tarifazo y exigen que se les aclare eso de la «burda manipulación» de los precios. Tienen más que justificada su furia. Porque las compañías que nos iluminan la vida han hecho en esta ocasión lo que hicieron desde los tiempos de María Castaña. Lo que se les toleró y aprobó que hicieran. Campar a sus anchas, con el beneplácito de unos Gobiernos que buscaron refugios dorados en sus consejos de administración y sus asesorías. Ellas han actuado como lo hicieron siempre. Pero ¿por qué en esta ocasión se les paran los pies? ¿Es porque existe una «burda manipulación»? Ni mucho menos. Si así fuera, el ministro Soria en vez de ir a los periódicos habría acudido al juzgado. ¿Existe entonces alguna razón para tomar esta medida? Naturalmente, que la mochila de la paciencia de los españoles está rebosando por las incontables arremetidas. Y que ya no admite muchas más. El tarifazo podía llevar al país al borde una situación peligrosa y explosiva. Y eso es lo que ha movido al Gobierno a frenarlo. Pero no que las eléctricas hicieran algo diferente a lo que vinieron haciendo. Que es lo que les vino en gana. Con el aplauso de un Gobierno tras otro. Y lo que harán cuando pase este sofocón.