El banco del Tío Gilito y el profesor chiflado

José Carlos Bermejo Barrera FIRMA INVITADA

OPINIÓN

23 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Quizás muchos lectores no conozcan al Tío Gilito, ese banquero creado por Disney y tío del Pato Donald. El Tío Gilito es un avaro que solo ve signos del dólar y amontona su dinero en bolsas. Su equivalente actual sería Charles Montgomery Burns, el emprendedor de los Simpson, que lo mismo monta una central nuclear que una cárcel privada con el inútil Palacio de la Ópera de Springfield. En su caso, su cara de reptil retrata su alma. Curiosamente, son estos personajes los que explican la crisis bancaria y financiera mundial, a pesar de que banqueros y políticos manejan hoy en día sofisticadísimos modelos matemáticos que les podrían haber ayudado a preverla.

La economía es la ciencia de la riqueza que se mide, que se cuenta. Su nacimiento estaría en la Edad Media con la creación de la contabilidad por partida doble, que permitió analizar cualquier empresa de una manera abstracta a partir de los flujos de ingresos y gastos en cada momento. Sin contabilidad no hay economía, pero la economía se construye también a partir de modelos que pretenden ser científicos y que en realidad han ido imitando a las que en cada época fueron las ciencias reinas. Esos modelos permiten analizar no solo una empresa singular, sino la totalidad de la vida económica. Son el modelo newtoniano del equilibrio, el darwiniano de la lucha de todos contra todos en el reino de la naturaleza y el modelo de la física de partículas, que, auxiliada por potentísimos ordenadores, hizo posible que reventase la burbuja financiera.

Newton creía que el universo, infinito, era estable gracias al equilibrio entre dos fuerzas básicas, la atracción y la repulsión. Dos cuerpos se atraen con una fuerza que es directamente proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Sin embargo no chocan, orbitan de modo equilibrado, porque unas fuerzas gravitatorias se compensan con otras. Partiendo de esta idea, A. Smith creyó descubrir la mano invisible del mercado según la cual si dos personas quieren maximizar beneficios y minimizar gastos, llegarían a un equilibrio al realizar una transacción comercial. Por ejemplo, si yo quiero comprar la mejor carne al menor precio, voy al carnicero que me la venda. Podría parecer que él iba a perder dinero, pero como mejoraría muchísimo su negocio, en realidad vendiéndomela obtendría la mejor ganancia posible. Sería muy bonito si fuese cierto, pero se descubrió que los mercados están sujetos a múltiples alteraciones y son controlados por personas.

A esta idea se añadió la de la lucha por la vida. El pez grande se come al chico y solidaridad y compasión, sentimientos humanos esenciales según A. Smith, no tienen lugar en la economía. Sobrevive el más apto y el más inteligente. Por esa razón se decía en el siglo XIX que dar limosnas iba en contra de la lógica de la evolución, porque el destino natural de los pobres era extinguirse.

Sobre estas dos ideas se superpuso la más loca y científica de todas, la que llevó a inventar lo que N. Dunbar (2011) llamó «los derivados del demonio» en su libro publicado por la escuela de negocios de la Universidad de Harvard. Gauss había descubierto en el siglo XVIII que la Bolsa funciona siguiendo una curva en forma de campana que hoy en día se conoce con su nombre. Yo compro una acción cuando es más barata, la vendo cuando es más cara y la vuelvo a comprar cuando su precio se hunde. Si prolongo esta curva en el tiempo, tendré una onda, con una frecuencia y una longitud determinadas. Como las partículas elementales se desplazan como ondas, y tienen unas propiedades (masa, carga, spin?), si descubro las propiedades de cada acción que se mueve en la onda, podré aplicarle los modelos de la física cuántica. Y si consigo que las ondas de todas las acciones se sincronicen, habré descubierto la cópula gaussiana, el mayor disparate de la teoría económica. Según ella, siempre ganaré dinero porque conozco el movimiento de todas las ondas, y puedo compensar unas con otras. Era muy bonito y muchos se forraron. Pero los físicos -únicos científicos que podían desarrollar modelos tan complejos- que asesoraban a los banqueros y programaban sus ordenadores no se dieron cuenta de que se podía dar el «síndrome del corazón roto», según Dunbar. Cuando se rompen unas cuantas ondas, pueden romperse todas.

¿Cómo es posible que con los instrumentos contables actuales, precisos y complejos, empresas y bancos aparezcan quebrados de la noche a la mañana? ¿Y que científicos competentes no se den cuenta de que elaboran un modelo económico delirante en el que la ganancia siempre crece y nadie pierde? Por una razón muy sencilla: por la avaricia de banqueros y empresarios, de Gilitos y Burns unidos, por la petulancia y la soberbia de unos economistas teóricos, informáticos y físicos que creyeron que la humanidad es igual que un átomo, y por la falta de dignidad y de moral de unos políticos que ahora querrían ser todos conserjes del banco del Tío Gilito.